lunes, 27 de junio de 2011

Mercadillos: Ausencia de civilización (Crónicas milanesas III)

Estuve en uno de los mercadillos más importantes de Milán. La verdad, es que no dista mucho de los mercadillos españoles pero este en particular era mucho más estrecho y con bastante más gente. El griterío era el mismo o mayor aunque más concentrado e insoportable. Sólo he de decir que tenía una longitud de tres manzanas y he tardé casi tres horas en recorrerlo.

Me pisaron, me empujaron, me pasaron carritos por encima, un bebé casi me vomita en el hombro y un enorme hipopótamo me arrolló. Hipopótamo no sólo por su enorme corpulencia sinó también por sus enormes y negros bigotes. La mamma italiana se abalanzó sobre unos zapatos sin ver mi diminuto cuerpecillo (en comparación, claro) y me placó a cual jugador de rubby. Gracias a Dios, había como unas 100.000 personas más detrás que amortiguaron el golpe y evitaron que cayera en el cuadrilátero como un boxeador en su peor derrota.

Por arte de birlibirloque, a las doce del mediodía aquello empezó a vaciarse. Imagino que las mammas se irían a cocinar spaghetti o cualquier otro tópico que hagan allí para comer. Gracias a eso, conseguí comprarme un vestido monísimo.

Lo curioso es que los vendedores ambulantes, ya no solo del mercadillo si no del resto de lugares turísticos de la ciudad, en lugar de vender pulseras o collares vendían libros, al principio creí que eran mapas o guías pero cuando uno de ellos se me acercó vi que lo que estaba intentando venderme eran libros de poesía. Eso  si, en el mercadillo no podía faltar como aquí, en Milán o en Tonbuctú la típica gitana que te deja la oreja tiesa al gritar su mercadería.

Aún al contrario de lo que se pueda imaginar uno por las crónicas aquí relatadas me quedo con muy buen recuerdo de esta ciudad y con ganas de volver y recorrer caminos a los que no he llegado.

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