jueves, 23 de agosto de 2012

Allí me colé y en tu fista me planté... (boda griega)

Este veranito, para pasar mis vacacines me he decidido por Creta. Isla griega bonita, bonita, de verdad. 

Yo en los viajes, no suelo salir de noche. Como mucho cena, copita y poco más. Me gusta disfrutar del lugar y si me dedico a trasnochar me da la sensación de pérdida de tiempo. Porque yo, que nací cansada, no tengo tanto aguante como otros. Pero como este viaje ha sido más tipo panching, me junté con unos compis, secuestré a otras dos y nos fuimos de farra a descubrir la noche cretense. 

Estuvimos bailando en un pub de un lugar tipo Lloret de mar y luego nos fuimos a una macrodiscoteca. Millones de cretenses se entremezclaban con millones de guiris ávidos de aventuras nocturnas.

A mitad de la young night, uno de mis compañeros me cogió del brazo y con mano firme tiró de mi para indicarme que le acompañara al baño. Mi cara de sorpresa me delató. Él insistía, "no temas", me decía. "ya verás...". Yo atónita, por supuesto. "...es como el país de las maravillas...".

Aunque soy de naturaleza desconfiada, finlamente, le seguí. Cruzamos el baño a la velocidad de la luz y salimos por otra puerta que había opuesta a por la que habíamos entrado.

Ante mis ojos vi una sala llena de gente sonriente. Entonces, me di cuenta. ¡Estábamos en una boda griega!

Al segundo llegaron mis compis de farra y nos unimos a la gente sonriente. Los más osados metieron mano del bufet y compartieron tabaco con los invitados. La novia estaba guapísima y el novio, un morenazo, también guapísimo. Los griegos son gente muy amable y en ningún momento nos dijeron que nos marcháramos.

En un momento álgido del subrealismo de la noche, pusieron la Macarena. ¡Cómo se la sabían los jodíos! ¡Mejor que nosotros!

Después de las cancioncillas horteras de rigor, pusieron música tradicional. Eran ya las cinco de la mañana y como si les hubieran dado cuerdo o algo así, la gente sonriente empezó a bailar un sirtaki. ¡Venga a saltar y a sonreir!

Nosotros ya estábamos más muertos que vivos y nos instalamos en una tarima que había, nos sentamos en un borde y desde allí pudimos admirar como, el que imaginamos que era el padre de la novia, empezaba a bailar. Toda la familia, en forma de corro, estaba en cuclillas aplaudiendo a son de la música mientras el señor, ya con cierta edad, saltaba, volteaba y hacía resonar los tacones en el aire. Era realmente impresionante como vivía ese señor la música.

En una de las canciones, los camareros se distribuiyeron alrededor de la pista y también se pusieron a cantar. Uno de ellos llevaba en una pequeña bandeja una copa de cristal vacía. No supimos para que era, pues ya no nos aguantábamos los pedos y nos fuimos a dormir.

Efgaristó estimados compis de farra y gente sonriente por hacerme pasar una noche que tardaré mucho tiempo en olvidar.

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