A mi forma de ver, dar por sentadas las cosas, es cuando no queremos afrontar algo que no nos gusta o que nos da miedo asimilar, y para mantenerlo controlado y bajo nuestra cancha es mucho mejor dar por sentado. Decirnos a nosotros mismos que sucederá así y chispún, como dice mi querida M en regañina entrañable a sus hijos.
Pero seguro que estaréis conmigo que, qué coño, dar por sentadas las cosas es de lo más normal del mundo, sobretodo si sois como yo, el colmo de la cobardía. ¿Por qué narices me voy a tirar de esa montaña de nieve hasta los copos con unos palos en los pies deslizantes? ¡Me parto la crisma seguro! ¿Pero y si en lugar de palos fueran unas raquetas de nieve, algo más controlable? ¡Zascas! ¡Amiguitos que me llevo en la mochila de vuelta a casa!
Aunque supongo que como todo en la vida tiene su punto de moderación. Por ejemplo, si te pasas todo el año haciéndole ojitos a un chico o diez minutos en una discoteca, que el time line viene a ser el mismo, y te ignora ya puedes dar por sentado que no le interesas. Que el chico tímido ya no se lleva y a ciertas edades todavía más demodé que está. Si quieren algo no se cortan un pelo en decirlo, lo harán con más o menos gracia pero te enteras. Excepto si estás en el instituto, que ahí todavía están un poco tontunos y nunca se sabe. ¡suerte amiga lectora adolescente!
Y aquí viene mi discurso de balance de fin de año. Que si una cosa he aprendido, aunque sea a rasquillas y casi en el último minuto del año es que no hay que dar las cosas por sentadas en general. Afrontar nuestros miedos y dar pequeños pasitos para adelante. Digo pequeños porque tampoco cal lanzarse al vacío del precipicio de nuestros temores. ¿O si...? mmmmm... ¡a ver cómo se presenta el 2015!
¡Feliz año nuevo a todos!
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