¡Oh, Paris! Me ha vuelto a pasar.
Este fin de semana, ha sido
fiestuqui en mi ciudad. La patrona de la Mercè y las calles estaban
llenas de gente y alegría. Y qué mejor ocasión para salir un rato a
tomar una copichuelas y a bailar.
Salí de casa prontito. Me puse
mis pantalones ajustados marcando curvas, una camisa negra, maquillaje
discreto y mi mejor sonrisa.
Fuímos a una cata de vinos. Oh,
Paris. Estarías tan orgullosa de mi. Paseándome por el gentío, con mi
copa en la mano, dándole pequeños sorbitos, ladeando la cabeza, riéndome
y pasándolo estupendamente.
Pero en un momento de la noche, la cosa cambió. Oh, Paris. En algún punto de la noche perdí el glamour.
Mi
maquillaje discreto se convirtió en una erupción cutánea, mis mejillas
se volvieron de color rosita granulado. Mis ojos empapados por las
lágrimas evocadas por carcajadas de risa, de toda la noche, se convirtieron en negro betún y sin querer, el sello que nos pusieron en la entrada de la discoteca para
poder salir y entrar me lo restregué por el cuello. Con tan
mala pata que me quedó un manchurrón de tinta por un lado y como si el
sello me hubiera hecho un chupetón, las letras marcadas de este por el
otro lado.
Oh, Paris. Salí de casa a la tarde que parecía una
princesa y volví haciendo eses, con los ojos de mapache, las mejillas
erupcionadas y el cuello manchado de tinta. Oh, Paris. ¿Tu crees que
esto es normal? Yo de mayor quiero ser como tu, Paris. Pero no lo acabo
de conseguir.
Siempre nos quedará París.....
ResponderEliminar