lunes, 5 de mayo de 2014

Murallas medievales

Este fin de semana estuve en Montblanc, un pueblecito tarragoní donde celebraban una feria medieval. ¡Qué maravilla! ¡Cuanta vida! Acordonado por gruesas murallas, en el interior de sus entrañas hierve el buen hacer de sus habitantes, todo el pueblo estaba involucrado. Princesas, princesos, juglares y taberneras te regalaban sus mejores sonrisas, te transmitían su alegría y el amor que sienten por su fiesta y su villa.

Cuando me fui, cuando mis pies cruzaron el umbral de la salida, me giré y al abandonar el desasosiego y el bullicio para adentrarme en la paz de la carretera me sentí satisfecha por el día tan magnífico que había pasado.

Pero cuando mi cuerpo tiene paz, mi mente suele dispersarse y empecé a pensar sobre los muros.

Yo, arquitecta especialista en ponerlos bien gruesos me pregunté el por qué de esta práctica que, a sabiendas de lo horrenda que es, tan a menudo hacemos. 

La primera respuesta que me vino a la cabeza fue por protección.  ¿En serio protegemos algo construyendo paredes imaginarias de cemento armado? ¿El qué? ¿Un corazón hecho pasa por no airearlo de vez en cuando? No sé a vosotros pero a mi con esta respuesta me viene a la mente el cuento del lobo y los tres cerditos. "¡Soplaré y soplaré que tu casa derrumbaré!" Y...cuidadín con los lobitos disfrazados de cordero que con un soplido en la oreja te mandan a tomar por culo el muro y lo que no es el muro...

¿Pero y si resulta que el muro lo pones tu pero para no salir? Tu zona de confort esta amurallada, a salvo de miedos y demonios que te acechan en el exterior. Derrumbar esa cárcel autocreada y luchar contra esos demonios no es tarea fácil. Muchos ánimos a los que lo estáis intentando, estoy convencida de que lo lograréis.

Mi problemática y mi demonio de cuernos es que cuando te educan bajo el lema más vale malo conocido que malo por conocer la tapia de la insociabilidad esta creada desde sus cimientos y sólo piedra a piedra voy pudiendo con ella y su amiga la timidez, musgo de este maldito muro que a capa y espada llevo años combatiendo. Y aunque me cueste lo que no esta escrito,  creo que mi debilidad será mi salvación, pues me encanta conocer gente y que me cuenten sus historias, sus anhelos y sus porque son así o asá. Pero para eso, tenemos que ser recíprocos y derrumbar las fortificaciones de la desconfianza. 

Creo y seguro que estaréis de acuerdo conmigo, que la desconfianza es la muralla china de los muros personales.  Se ve a leguas y puede quedarse ahí inamovible pal resto de los tiempos. 
 
Una vez, un hippy me dijo "quien más se deja amar, es quien más ama". El tío iba de marijuana hasta la calva pero algo de razón tenía, pues yo que tengo muralla china con guerreros de Siam y sus lanzas en puncha incluidas muy bien no me va.

Asín que en conclusión,  para ir acabando el tema y permitirme que, por esta vez, salga mi vena más catalanista, creo que lo normal debería ser más que  estas fortalezas que nos construimos al tun-tun lo que tendríamos que crear son autopistas.  Un devenir de gente y experiencias que nos nutran, no sin pasar por el peaje del respeto hacia los demás, pues tomar el pelo a la pobre gente inocente como yo no mola nada. Y aunque ya se sabe que del dicho al hecho hay un trecho, como mínimo yo, intentaré que este trecho deje de parecerse los cien metros vallas.

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