lunes, 12 de mayo de 2014

La historia de la puta planta

El título de este post está  sugerido por LL y P, quienes me lanzaron el reto de contar el porqué del ir todo el día cargando con una pequeña maceta de orégano.

Me han condenado a destierro. Eso, para un plantucho como yo viene a ser como cuando Colón decidió coger sus carabelas y se fue viento en popa por los mares profundos. Empiezo mi aventura junto a mis hermanos y primos en un pequeño puesto de la Fira de Sant ponç. Mi amo, un señor tirando a malcarado y antipaticote parece que me quiere endosar a dos mujeres de dudoso atractivo. Una de ellas, tiene más bigote que una portuguesa y la otra recién salida de la parroquia va rezando el rosario entre sus dientes torcidos. Como no quiero ir a parar a la cocina de las mongitas morsa pongo mis hojas en formación monguer para que no me escojan. Ha funcionado y han preferido a mi prima albahaca. Aliviado vuelvo a extender mis ramas captando la atención de otras dos mujeres, parecen ser de carácter mucho más afable y con sus ojos pequeños y redonditos me miran con cariño. Mi dueño me mete en una bolsa, la más joven la agarra y me canjea a cambio de dos monedas que lleva en el bolsillo y me voy con ellas. 

Después de un buen rato de tenerme dentro de la bolsa y de entrechocarme con un sinfín de gente, parece que hemos llegado a un sitio tranquilo.  La muchacha, tiene la deferencia de medio sacarme de la bolsa para que mis hojas puedan respirar y ver el sol. Me doy cuenta que la señora mayor ya no está y que nos encontramos en la Basílica de la Mercè, en una pequeña terraza. Después de pedir una coca-cola y jugar, por lo que puedo ver, una partidita al apalabrados en el móvil, empieza a venir más gente.  

Parece que conocen a mi dueña y después de reorganizar las mesas colindantes se ponen a hablar de una cursa que en la que ha participado una de ellas. Otro se lamenta por no haber podido hacerla. Una de las chicas enseña una foto en el móvil, orgullosa de su hermano rubio como un ángel. Aterrizan dos personas más a la mesa. Se disculpan porque se han demorado y se sientan al lado de mi dueña. La chica me examina, mira entre mis ramitas y mis vergüenzas en  busca de pulgón. Pero yo soy un plantucho de lo más limpio y salvo por la tierra adherida a mis hojas, debido al zarandeo indiscriminado dentro de la bolsa, estoy de lo más sanote. Al poco rato, llega otro chico, que con acento del sur, llena el aire con planes náuticos para visitar una bonita isla balear para fechas de Sant Joan. Como a mi el mar no me va mucho y dudo mucho que mi dueña me lleve desconecto y me fijo en los niños que están jugando al fútbol en la plaza. 

Al poco,  el campamento humanóide se levanta y mi dueña me traslada a una barra de lo que parece una tasca. Les han servido un vino y se están poniendo tó finos con unas chistorras que el camarero dicharachero les ha puesto con un poco pan. Y a cual ruleta rusa,  a uno le ha pasado lo que le podía haber pasado al otro, que al incar el diente, chorrretón y manchurrón. 

Poco estamos en ese garito, gracias a Dios porque ya poco me faltaba para quedarme pegadito en esa barra de limpieza disimulada.

No nos vamos muy lejos, en seguida mi dueña y el resto llegan a Pla de Palau donde hay una chica esperándoles. Todos juntos entramos en el restaurante.  A mi me ponen de anfitrión en la punta de la mesa junto a los lambruscos que se van trincando. Durante la comida, hablan de mil cosas y uno de ellos, comenta que tiene ganas de meterse penes en la boca,  supongo que al tratarse de un italiano es normal. Yo intento bloquear el miedo que siento al ver parte de mis parientes desparramados violentamente por encima de las pizzas que van pasando y aunque intuyo que mi dueña no me ha comprado para este fin, me entristece el fatal desenlace de mis compadres. Que aunque soy un plantucho tengo mi corazón y quizás no todo el monte sea orégano pero yo si y a mucha honra. 

Parece que después de la comilona nos vamos a tomar el postre a una plaza cercana. Con la catedral del mar de fondo, nos volvemos a sentar en una terraza. ¡cómo les gusta a esta gente el tema terracitas! Y eso que una de ellas, tiene las plantas de los pies más frías que las mías pues corre un airecito, todavía fresquito para las fechas en las que estamos.

Ahí se toman unos pastelillos de diseño para chuparse las ramas, cafés y gins para los caballeros. 

Siguen las conversaciones ánimadas, más propuestas y más planes. Algunos inmediatos, algunos más lejanos. En un momento dado, una defecación de paloma, desafortunada o no, depende con el opitimismo con que te lo mires, bautiza la camiseta de uno de ellos, quien huye como una bala al baño para quitarse el pestiche.

Empieza a caer la tarde y nuevamente vuelven a tocar las cornetas de la retirada. Mientras están en la barra del lugar pagando lo consumido, dos de ellos lanzan un reto a mi dueña: explicar mi historia.  Ella sonríe y se mete el desafío en el bolsillo, sabe que lo hará. 

Saliendo del bar me llevan a dar una vuelta por la Catedral del Mar. Buscan por las vidreras el escudo del barça, que se rumore que por allí anda.  Entre santos y vírgenes descubren a un niño Jesús que parece chucky el muñeco diabólico y unas calaveras con unos números grabadas en el suelo.
  
Al salir de la iglesia, mi dueña se despide de la gente con la que hemos pasado el día. Gira a la derecha y me empieza a llevar por callejones. No la veo muy convencida de por donde va. Que con móvil en mano, va a caballo del whats con una vendrellense y el goo... maps. 

Llegamos a una pequeña portería de una pequeña casa. Después de abrir la puertezuela ascendemos por una escalera infinita hasta lo que será mi nuevo hogar. La chica que hasta ahora había sido mi dueña me entrega a un joven que parece majete. Que, como si supiera que venía ya de camino, me deja en un hueco que hay en el alféizar de su ventana desde donde puedo ver media ciudad. Y aunque es un lugar muy bonito el que me ha tocado vivir, siempre recordaré el día tan estupendo que pasé con mi anterior dueña. Para arriba y para abajo por el casco antiguo de esta magnífica ciudad.

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