Lo bueno del verano es que alargas el día, que aprovechas para quedar más con los amigotes, hacer cervecitas, gozar de las terrazas, de los parques, de cines al aire libre y de millones de festivales musicales que se hacen a lo largo y ancho de nuestro país.
Yo soy muy fan del verano pero esta estación tiene sus defectos como todo y no sólo porque en algún momento, normalmente dos días señores, no más quejicas profesionales de la temperatura, hace calor sino por algo que se te queda adherido a tu cerebro a cual mosca cojonera, que en verano también haberlas haylas y muchas. Madre mía, lo pesadas que pueden llegar a ser. Ahora mismo en casa tengo una ocupándome el salón, ¡la tía! no hay manera de que se largue. El primer día aún hice el intento con un trapo de perseguirla pero al final yo me sentía ridícula subida al sofá haciendo espavientos al aire y ella en un rincón frotándose las patitas como diciendo "qué humana más monguer, esta no me atrapa ni en un millón de años"
Dejando de lado mi buena voluntad para acoger a moscas y a mosquitos turistas esporádicos, podríamos decir que lo que menos me gusta de esta estación es la obsesión que hay con la canción del verano. Esta manía de hacer canciones de lo más simploide para que se te meta en la cabeza y hasta mediados de septiembre no salga. Antes, aún lo podíamos medio acordonar a una o dos por verano, ahora las radios nos saturan a éxitos musicales, que no te has acabado la clarita y ya va otra. Y por si fuera poco, para eso si que tenemos una memoria inexplicable. Porque no nos acordaremos de los ríos más importantes de España pero la canción del tractor amarillo, el estribillo completito. Hagamos la prueba, si yo os digo: "Dale a tu cuerpo alegría Macarena, que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosa buena, dale a tu cuerpo alegría Macarena, eeeh Macarena..." ¿Cuantos de vosotros no ha hecho mentalmente, ¿¡eh!?
Valens, quizás no sea muy normal lo que me pasó a mi el otro día y por eso se me ocurrió esta entrada. Volvía yo un poco chispilla de tomar un algo por ahí. Cansada, me acurruqué en la cama y en ese momento de calma, de despido de un día repleto de vivencias, mis neuronas tenían una juerga montada en mi cabecita a ritmo de Paquito chocolatero, que no veas, "¡ué, ué!" iban cantando las jodías. ¡Qué asín no se puede de dormir! A cual vieja con escoba en mano les iba recriminando para apaciguar el jaleo mental que tenía. Al día siguiente, con mis neuronas todavía on fire, y dale con el "¡ué, ué!" de los cojones, abrí el ordenador, me puse la primera canción que encontré en mi lista de reproducción y chis-chas salvada. Porque, gracias a Dios, esto es lo que tiene, entran por un lado, se quedan y cuando entra otra automáticamente queda expulsada de tu interior. Es como lo de un clavo saca otro clavo pero en lugar de aplicarlo al sexo lo podríamos aplicar al reblandecimiento de cráneo debido al mal hilo musical.
Y no me quiero despedir sin explicar la anécdota de un compañero que le pasa algo similar pero con el sonido de las ambulancias. Es oír una y al cabo de un rato aún lo ves con el nino-ni, nino-ni. Me parece muy gracioso excepto cuando me pasa a mi con las cancioncillas del supermercado. ¡¿Qué coño de notas maléficas utilizarán para hacer esos jingles?! Palamordedeunostrusenyó!
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