¿Sabéis aquello de que todo lo que sube luego tiene que bajar? El oleaje puede provocar que tu, que vas toda mona con tus pantalones verdes, te caiga una botella de vino tinto encima y te quedes rosa chicle ya pa siempre, que te vayas a sentar con tu taza de café y que salte por los aires, ya que tu habías calculado una distancia hacía el asiento que debido al vaivén del barco se modifica y te metas el culazo del siglo, te zarandea y a tomar por culo todo. Aprendes que dejar objetos en una superficie deslizante es harto inútil ya que el oleaje los puede despedir de forma violenta y darte en un pie. Que la piel de la zanahoria no hay que tirarla de cara al viento y, sobretodo, vigilar de no darle a la capitana en un ojo.
En un barco, pueden darse situaciones muy divertidas, sobretodo si vas con alguien que pone a prueba todas esas leyes de la forma más inocente del mundo. Para mi, P es la versión moderna de Hércules, todo lo que tiene de músculos lo tiene de bueno. Un sevillano de pies a cabeza que te saca una sonrisa con tan sólo "¡pero quijá...! Un dandee provocador de ataques al corazón, siempre pendientes de donde pone la cerveza, el móvil o el pie. Ya puede desparramar el café por el barco que te ríes, perderse por los pantalánes del puerto en busca de tripulantes que te meas o volcando una zodiac que te partes. Ágil como una gacela, tanto se mueve a la velocidad del rayo ante las cámaras como te canta y baila a ritmo de Paquito chocolatero con un ginet en la mano.
Y es que P, ama tanto la música como ama el mar. Gracias a ese binómio, nos puso banda sonora a una magnífica puesta de sol desde el velero. Un tal Alejandro Fernández, un mejicano que no había oído en la vida y dudo mucho que lo vuelva hacer, pero si que consiguió que disfrutáramos de un momentazo a bordo del Paraty.
Aunque no sólo P nos amenizó el viaje, J y Ll también pusieron su granito de arena para hacer de esta aventura algo más que un anuncio de la cerveza. Y poco faltó porque el segundo día nos fuimos a una playita, Ll agarró una bolsa de basura y nos abasteció el momento con unas patatucas, aceitunas, vinito blanco bien fresquito y unas claras. ¿os lo imagináis paradisíaco, verdad? Lo que no cuentan en el anuncio es que las avispas les gusta más el vino que a un torero y mis archienemigas, como si el juez lo hubiera dictado por sentencia, me obligaron a estar a más de dos metros de la playa. Pero claro, como quería escuchar las conversaciones que tenían mis compis, me armaba de valor y me acercaba. Pero mis ojos, que parecían los de Marujita Díaz controlando todo bicho volador, hacían que mi cuerpo se convulsionara esquivando animalejos. Entonces, me rendía y me volvía al agua. Finalmente, me quedé varada en la orilla y ellos tuvieron a bien de acercarse y es que en el fondo es como mejor se está en la playa, azotándote las olas en el culete. Luego P, nos enseño un truco para que no te piquen, tienes que morderte la lengua y hacer "¡ñ,ñ!". A él le funcionó, no descarto probarlo.
A la tarde, nos turnamos para ir de vuelta con la zodiac, el primer turno fue el que se llevó el premio. No, yo no iba y lamentablemente me lo perdí. Cuando llegó P a la playa a buscar al otro turno, nos contó entre risas, el percance que habían sufrido. Cuando llegaron, A quiso poner en práctica sus conocimientos de equilibrismo, adquiridos hacía poco en el Cirque de Soleil. (Ojo que en el barco había dos A, por un lado teníamos a A petita pero pispireta y a A no tan petit, el contamastre y se diferencian sobretodo en dos cosas, dos por arriba y una por abajo, bueno ya me entendéis.) Pues A petita, al ir a salir de la zodiac se encaramó a la escalera del barco y piso el lateral de la embarcación flotante, oleada al canto, P y N que se miraron vieron como a cámara lenta se iban al agua patos. A, que no quería soltarse de la escalera se iba estirando cada vez más de sus brazos. N y P, intentaron en vano equilibrarse para evitarlo pero sin resultado alguno, acabaron arrojados por la borda y el gorro de P tuvo que ser rescatado por unos kayistas que andaban cerca descojonándose por el incidente absurdo. Puede que la cosa no fuera exactamente así porque ya os digo que yo no estaba y los implicados cuando nos lo contaban se mondaban de la risa y te contagiaban.
Ahora me he quedado en un punto que no sabía si seguir contando o qué hacer... Solución, yo os cuento y vosotros, si a caso, ya os administráis la lectura como más os venga en gana.
Después de la playa ya fuimos a atracar a Fornells, allí nos encontramos con V, que también rondaba por la isla y le apetecía mucho vernos. V, es una chica encantadora y generosa que nos trajo una sobrasada de sa illa y una ensaimada de crema que estaba de orgasmo múltiple. ¡Muchas gracias, V! Dimos una vuelta, vimos de pasada unos comerciantes hippies y cenamos con ella, en un restaurante del puerto, un menú estupendo. Como a mi el pescado no me va mucho pedí gambas a la plancha y una paletilla de cordero, que más que paletilla aquello era paletón, menos mal que tuve ayuda.
Al día siguiente, por fin, nos esperaban las fiestas de Ciutadella. Me habían hablado mucho de ellas y me moría de ganas de ver el ambientazo. Resultó que el tema empezaba cuando nosotros nos teníamos que ir. Aún así, el pistoletazo de salida lo pudimos medio ver a través de una pantalla lejana en un bar que había en una plaza diminuta donde sotopocientas mil personas se encontraban. Todos apiñados alrededor de una columna con una oveja en lo alto, que mira hacia a bajo como diciendo "¡no si encima, va a resultar que el borrego soy yo!" Y al cabo de un buen rato, esperando cámara en mano espectante, pasó un señor corriendo que no logré divisar si iba en caballo o en burro.
Dimos más vueltas por el pueblo, nos tomamos unas pomadas estupendas que nos había preparado J, nativa de Mallorca y que dominaba el tema que no veas. ¡Rica, rica! En un momento que nos separamos A petita, A, O y yo nos fuimos a sentarnos al puerto. Plantamos el culo en unas sillas de una gente que estaba comiéndose una paella en familia y que cuando se dieron cuenta nos invitaron a marcharnos. Pero no sin antes llevarnos un divertido recuerdo de A petita. Tuvo un acercamiento con una mesa de un restaurante, al lado donde estábamos, que eran como una veintena de chicos celebrando una despedida de soltero. Ya os podéis imaginar el algarabío que montaron. La silbaron, la piropearon y hasta la llegaron a mantear al aire entre unos cuantos.
De camino al autocar, ya con la cara tristona por no haber visto prácticamente nada, aparecieron unos caballos que se nos cruzaron delante de nuestras narices y decidimos seguirlos. Al poco, teníamos caballos por delante, caballos por detrás y corríamos por esas calles estrechas a cual San Fermines equinos. Llegamos a la plaza y a lo lejos vimos que había más caballeros, arrancamos el spring final sin poder parar de reir, cuatro fotos y por fin, habíamos visto caballos y nos volvíamos satisfechos para Barcelona.
En la travesía de vuelta vimos delfines en dos ocasiones jugueteando alrededor de nuestro barco y J divisó una ballena. Cuando alguien ve algo en medio del océano cuesta un huevo y parte del otro que el resto lo vean, porque por mucho que señales, lo único que ves es una enorme masa de agua que se mueve mucho o poco si tienes suerte.
Y después de unas cuantas horillas más tarde llegamos al puerto olímpico de Barcelona. Y el viaje acabó de la forma más normal, como podría acabar cualquier otro viaje. Todos apoyados en el murito del puerto leyendo un libro de sexo que había traído una de las tripulantes. Íbamos releyendo las partes más picantes y echándonos unas risas.
Ahora sólo me queda el deseo de volver a vivir una bonita experiencia como esta y no perder el contacto con mis compis de barco. ¡Venga equipo, a por la próxima aventura!
Ahora sólo me queda el deseo de volver a vivir una bonita experiencia como esta y no perder el contacto con mis compis de barco. ¡Venga equipo, a por la próxima aventura!
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