El
problema fue cuando después de dos copas de vino y sin apenas haber
comido nada más que una mini haburguesita del catering de bandejas
exprés que parecían más del equipo de running que otra cosa, el alcohol
empezó hacer efecto. Mi voz ya poco aterciopelada de por sí, empezó a
desmodularse. De mi boca, empezaron a salir unos gallos imperfectos a
unos decibelios no aptos para el oído humano y toda mi finura y glamour
se fueron al carajo para convertirme en una real verdulera.
A
ver, que hubiera una banda tocando música en directo no ayudó para nada
a que los pobres perros del Carmelo, dos barrios más arriba, se
arremolinaran en los más alto de la montaña para aullarle a la luna. Que
digo yo, que si haces una fiestuqui de este tipo, ¿no seria mejor,
mientras se supone que cenamos, una música ambiente para que la gente
pudiera hablar en lugar de tener que dejarte las cuerdas vocales para
comunicarte con los demás?
Críticas
a parte, que unos hacen lo que pueden y nunca estamos contentos, había
pasado una semana de mierda y me apetecía divertirme. Estaba emocionada
por estar rodeada de mis amiguitos y a la una de la mañana yo ya parecía
más que el anti-glam el anti-cristo. Con mis grititos, la cabeza de un
lado para otro, fotos para aquí, fotos para allá, las caderas haciendo
ver que bailaban pero ellas a su ritmo, aunque eso si, muchas, muchas y
muchas risas nos echamos. ¡Que daba gusto ver lo bien que lo pasábamos!
Gracias
a Dios, no tardé mucho en irme para a casa y llegue con la dignidad
casi sana y salva porque hoy cuando vuelva a pasearme por el gimnasio
con mi cara de persona medio normal ya me veo alguien tapándose los
oídos al acercarme.
En fin, como decía mi querido amigo Jack en Con faldas y a lo loco "nadie es perfecto".
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