lunes, 1 de febrero de 2016

El anti-glam o una gallinacea emocionada

El pasado viernes, mi gimnasio molón preparó una fiesta en una de las discotecas más prestigiosas de la ciudad de Barcelona.Y pensé, ésta es mi oportunidad, mi gran ocasión para ponerme bella y lucir el tipín que no tengo como si fuera una estrella de cine por la alfombra roja. Me puse un vestido con un escote de vértigo, me subí a unos zancos que hacían su utilidad como zapatos de faquir y me puse un maquillaje discreto pero con labios rojo pasión. ¡Vamos, que iba estupendísima de la muerte!

¡Hasta puse mi mejor cara en el photocal, oigan! Barbilla para arriba, sonrisa bien amplia, los ojos bien abiertos en el momento del fogonazo del flash que con lo pequeños que los tengo siempre acabo pareciendo una china restreñida y los dedos en forma de victoria. ¡Todo perfecto!

El problema fue cuando después de dos copas de vino y sin apenas haber comido nada más que una mini haburguesita del catering de bandejas exprés que parecían más del equipo de running que otra cosa, el alcohol empezó hacer efecto. Mi voz ya poco aterciopelada de por sí, empezó a desmodularse. De mi boca, empezaron a salir unos gallos imperfectos a unos decibelios no aptos para el oído humano y toda mi finura y glamour se fueron al carajo para convertirme en una real verdulera.

A ver, que hubiera una banda tocando música en directo no ayudó para nada a que los pobres perros del Carmelo, dos barrios más arriba, se arremolinaran en los más alto de la montaña para aullarle a la luna. Que digo yo, que si haces una fiestuqui de este tipo, ¿no seria mejor, mientras se supone que cenamos, una música ambiente para que la gente pudiera hablar en lugar de tener que dejarte las cuerdas vocales para comunicarte con los demás?

Críticas a parte, que unos hacen lo que pueden y nunca estamos contentos, había pasado una semana de mierda y me apetecía divertirme. Estaba emocionada por estar rodeada de mis amiguitos y a la una de la mañana yo ya parecía más que el anti-glam el anti-cristo. Con  mis grititos, la cabeza de un lado para otro, fotos para aquí, fotos para allá, las caderas haciendo ver que bailaban pero ellas a su ritmo, aunque eso si, muchas, muchas y muchas risas nos echamos. ¡Que daba gusto ver lo bien que lo pasábamos! 

Gracias a Dios, no tardé mucho en irme para a casa y llegue con la dignidad casi sana y salva porque hoy cuando vuelva a pasearme por el gimnasio con mi cara de persona medio normal ya me veo alguien tapándose los oídos al acercarme.

En fin, como decía mi querido amigo Jack en Con faldas y a lo loco "nadie es perfecto".

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