martes, 24 de enero de 2017

No te olvido, mi pequeña


Llevaba unos días muy bloqueada y eso, para una súper escritora como yo, es verdaderamente traumático. ¡Yo, sin palabras! Así que me senté frente al ordenador y pensando, pensando… pues no salió nada. Lo normal, que por mucho que apretes el cerebro, la creatividad se presenta cuando a ella se le antoja. Entonces, me fui a dar una vuelta, quedé con unos amigos y de vuelta a casa, mi imaginación empezó a funcionar. Me fui a la cama porque era tarde pero tal cual aparece la inspiración cuando le da la gana, ella que es muy suya, tampoco se va cuando uno quiere y menos si tienes que dormir. Ahí que se engancha para desvelarte las horas que hagan falta hasta que no plasmas en papel lo que va de lado a lado de tu cabecita. Unos minutejos más tarde, ya tenía el esbozo de lo que es este relato que hoy os presento:

Mierda, ya he vuelto hacer otro agujero en la cama con el porro, mejor lo apago. Con casi cuarenta años y sigo tan torpe como con el primero que me fumé, hace ya más de lo que me gustaría. Necesitaba un momento de paz, hoy vuelvo a estar rallado. Mi madre me ha llamado y me ha vuelto hablar de ella. Otra vez, esa sensación de joder qué mal lo hago todo siempre, se ha apoderado de mí.
Recuerdo su sonrisa, qué bonita es. Esa hilera de dientes diminutos que acompañan a esos ojos que me miraban embelesados. Ahora todo es tan distinto… Ahora me da miedo ni tan solo acercarme a menos de un metro. La última vez, no me gustó lo que vi reflejados en ellos. Se han convertido en cuevas negras de decepción que se me clavan en la vergüenza de mi mal comportamiento.
Ella no lo puede entender, me tuve que apartar de su lado por su bien. No soy buena persona. Merece algo mejor. Merece alguien que la sepa querer. Yo lo intenté y la quiero, la quiero más que nada en el mundo. Hasta en mi interior, me suena a tópico barato pero es así. Mi mal vivir y la profesión de maleante que he escogido para pagar las facturas no es  lo que quiero para ella. ¿Quizás me justifico? ¿Quizás me hubiera querido igual? De todos modos, es más fácil así.
Me apetece llamarla. Hace tiempo que no sé de ella, sólo lo que me va contando mi madre, cuando la ve de muy vez en cuando. Me gustaría poder volver a escuchar su voz pero sé que no debo hacerlo. He aprendido a controlar mi egoísmo por nuestro bien. Antes, me resultaba insoportable la distancia que me había auto impuesto, sobre todo después de unas cuantas cervezas y algunos whiskys. Qué fácil era marcar los dígitos y balbucearle un ¡Hola! ¿Qué tal estás, mi amor? Era tan inconsciente de las injustas torturas nocturnas a las que la sometía. Aunque mi madre, una vez me dijo que le hacía sentir feliz porque eso significaba que no me olvidaba de ella. ¿Pero cómo olvidarme? ¡Es mi niña!
El porro me está empezando hacer efecto pero sigo rallado ¿Por qué me llamó mi madre? Ya no me acuerdo. Ah, sí. Quería que fuese a comer con ellos este domingo. Me suena a encerrona. No sé qué hacer. Odio que me haga esto. No se da cuenta que nos lo hace pasar mal a ella y a mí.  Volver a verla… Quiero pero no quiero. Ver el mal que le he hecho. Lo mal que lo he hecho todo. ¡Buff, estoy en bucle!
No sé si veo la oscuridad del techo de mi habitación o el interior de mis párpados pero en mi mente vuelve aparecer mi pequeña como en un ensueño. Cogida de mi mano andamos felices por las calles sin ningún camino marcado, seguros, tranquilos y confiados. Nada está mal y todo está bien. Noto como se me despliega la sonrisa en la cara. Por un instante, soy feliz por recordar esos momentos inventados en mi cabeza a los que recurro cuando tanto la echo en falta.
Sé qué cederé a la invitación de mi madre, no puedo negarme a verla. Quizás lo pueda arreglar todo, quizás pueda perdonar lo capullo que he sido por ceder al miedo de no estar a la altura y alejarme de ella. Pero quizás no… Me doy la vuelta, mi plácido sueño se ha emborronado en un aluvión de pensamientos negativos. Sé que no lo hará, yo no me perdonaría.
Acaba de llegar mi mujer, mi segunda mujer para ser exactos, y yo tirado en la cama a las cinco de la tarde. Ella insiste en que no he hecho nada malo. Que jamás la pegué, ni la maltraté pero a mí eso no me reconforta para nada. Ignorándola todo este tiempo, comportándome como el canalla que soy, haciéndolo todo tan mal.
¡Tengo que hacer algo! ¿Quizás llamarla? No, eso no. No puedo, es mejor así. Pero tengo que hacer algo. Iré el domingo y alguna cosa haré. Tengo que intentar que vuelva a creer en mí. En que estaré allí para ella, para siempre. No hace tanto que lo estropeé todo. No ha pasado tanto tiempo desde que le decía, entre bromas y para hacerla rabiar, que no se merecía el padre tan grande como el que tenía. En cambio, ahora siento que es totalmente al revés. ¡Mi hija, mi niña! ¡Ojalá me perdone!

** Dedicado a aquella persona que me condenó a la peculiaridad.

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