Llevaba unos días muy bloqueada y eso, para una súper escritora como yo, es verdaderamente traumático. ¡Yo, sin palabras! Así que me senté frente al ordenador y pensando, pensando… pues no salió nada. Lo normal, que por mucho que apretes el cerebro, la creatividad se presenta cuando a ella se le antoja. Entonces, me fui a dar una vuelta, quedé con unos amigos y de vuelta a casa, mi imaginación empezó a funcionar. Me fui a la cama porque era tarde pero tal cual aparece la inspiración cuando le da la gana, ella que es muy suya, tampoco se va cuando uno quiere y menos si tienes que dormir. Ahí que se engancha para desvelarte las horas que hagan falta hasta que no plasmas en papel lo que va de lado a lado de tu cabecita. Unos minutejos más tarde, ya tenía el esbozo de lo que es este relato que hoy os presento:
Mierda,
ya he vuelto hacer otro agujero en la cama con el porro, mejor lo apago. Con
casi cuarenta años y sigo tan torpe como con el primero que me fumé, hace ya
más de lo que me gustaría. Necesitaba un momento de paz, hoy vuelvo a estar
rallado. Mi madre me ha llamado y me ha vuelto hablar de ella. Otra vez, esa
sensación de joder qué mal lo hago todo siempre, se ha apoderado de mí.
Recuerdo
su sonrisa, qué bonita es. Esa hilera de dientes diminutos que acompañan a esos
ojos que me miraban embelesados. Ahora todo es tan distinto… Ahora me da miedo ni
tan solo acercarme a menos de un metro. La última vez, no me gustó lo que vi
reflejados en ellos. Se han convertido en cuevas negras de decepción que se me
clavan en la vergüenza de mi mal comportamiento.
Ella
no lo puede entender, me tuve que apartar de su lado por su bien. No soy buena
persona. Merece algo mejor. Merece alguien que la sepa querer. Yo lo intenté y
la quiero, la quiero más que nada en el mundo. Hasta en mi interior, me suena a
tópico barato pero es así. Mi mal vivir y la profesión de maleante que he
escogido para pagar las facturas no es
lo que quiero para ella. ¿Quizás me justifico? ¿Quizás me hubiera
querido igual? De todos modos, es más fácil así.
Me
apetece llamarla. Hace tiempo que no sé de ella, sólo lo que me va contando mi
madre, cuando la ve de muy vez en cuando. Me gustaría poder volver a escuchar
su voz pero sé que no debo hacerlo. He aprendido a controlar mi egoísmo por
nuestro bien. Antes, me resultaba insoportable la distancia que me había auto
impuesto, sobre todo después de unas cuantas cervezas y algunos whiskys. Qué
fácil era marcar los dígitos y balbucearle un ¡Hola! ¿Qué tal estás, mi amor? Era tan inconsciente de las injustas
torturas nocturnas a las que la sometía. Aunque mi madre, una vez me dijo que
le hacía sentir feliz porque eso significaba que no me olvidaba de ella. ¿Pero
cómo olvidarme? ¡Es mi niña!
El
porro me está empezando hacer efecto pero sigo rallado ¿Por qué me llamó mi
madre? Ya no me acuerdo. Ah, sí. Quería que fuese a comer con ellos este
domingo. Me suena a encerrona. No sé qué hacer. Odio que me haga esto. No se da
cuenta que nos lo hace pasar mal a ella y a mí.
Volver a verla… Quiero pero no quiero. Ver el mal que le he hecho. Lo
mal que lo he hecho todo. ¡Buff, estoy en bucle!
No
sé si veo la oscuridad del techo de mi habitación o el interior de mis párpados
pero en mi mente vuelve aparecer mi pequeña como en un ensueño. Cogida de mi
mano andamos felices por las calles sin ningún camino marcado, seguros,
tranquilos y confiados. Nada está mal y todo está bien. Noto como se me
despliega la sonrisa en la cara. Por un instante, soy feliz por recordar esos
momentos inventados en mi cabeza a los que recurro cuando tanto la echo en
falta.
Sé
qué cederé a la invitación de mi madre, no puedo negarme a verla. Quizás lo
pueda arreglar todo, quizás pueda perdonar lo capullo que he sido por ceder al
miedo de no estar a la altura y alejarme de ella. Pero quizás no… Me doy la
vuelta, mi plácido sueño se ha emborronado en un aluvión de pensamientos
negativos. Sé que no lo hará, yo no me perdonaría.
Acaba
de llegar mi mujer, mi segunda mujer para ser exactos, y yo tirado en la cama a
las cinco de la tarde. Ella insiste en que no he hecho nada malo. Que jamás la
pegué, ni la maltraté pero a mí eso no me reconforta para nada. Ignorándola
todo este tiempo, comportándome como el canalla que soy, haciéndolo todo tan
mal.
¡Tengo
que hacer algo! ¿Quizás llamarla? No, eso no. No puedo, es mejor así. Pero
tengo que hacer algo. Iré el domingo y alguna cosa haré. Tengo que intentar que
vuelva a creer en mí. En que estaré allí para ella, para siempre. No hace tanto
que lo estropeé todo. No ha pasado tanto tiempo desde que le decía, entre
bromas y para hacerla rabiar, que no se merecía el padre tan grande como el que
tenía. En cambio, ahora siento que es totalmente al revés. ¡Mi hija, mi niña!
¡Ojalá me perdone!
** Dedicado a aquella persona que me condenó a la peculiaridad.
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