Un martes de
hace poco, después de cenar, ya tardecito porqué ese día había tenido clase de
escritura y, para variar, nos habíamos alargado un pelín, cuando me disponía a
ver mi programa de radio a oscuras, pues yo soy de las que ven la tele sin luz,
vi moverse debajo del televisor un algo. El alarido que solté cuando focalicé
que era exactamente ese animal, que hacía crujir el parquet, fue digno de una
soprano en apuros.
Mi instinto de supervivencia hizo que saltara del sofá en busca de la escoba. Lo primero que se me ocurrió fue acompañarla hasta la ventana de la habitación para que pudiera emprender un nuevo viaje por el balcón. Mala idea, aunque el bicho era de un tamaño considerable, que hasta tenía articulaciones en sus patas, no le dio la gana de subir por el zócalo de madera que lo separaba de los múltiples escobazos que le iba dando. Cómo vi que eso no nos llevaba a ninguna parte, pensé en un plan B, así que, intenté direccionar, como pude al monstruo, hacía la salida del piso. Pero... ¡Oh, no...! La muy marrana, haciendo caso omiso a mis intenciones, se metió por detrás del cabecero de la cama. Ahí, si que entré en modo pánico total. Había sido un día muy largo, estaba cansada y no podía permitir que ese animalucho inmundo me jodiera la vida. Con la escoba, ya rozando la histeria, empecé a darle golpes a la cama:
-¡¡¡Sal de ahí, maldita hija de putaaaa!!!
Aunque esto parezca parte de uno de mis relatos, os juro, que es verdad.
Asustada, la cucaracha salió y se fue directita para la puerta. Imagino que se le quitaron las ganas de compartir piso con tal loca. Pero... ¡Oh..., no! Cuando le abrí la puerta, a medio rellano, se dio la vuelta y, al ver mi preciosa sonrisa de victoria, la muy zorra se volvió a meter en casa.
Pero tranquilos, que entonces llegaron los refuerzos. Los vecinos del piso de abajo, una pareja de jóvenes galos, alarmados por mis gritos, aparecieron por la escalera. La chica, se metió en casa y cuando vio el problemón que tenía, en ese momento, recorriendo el recibidor de mi casa, lo entendió todo.
Hizo un intento de matarla a chancletazo limpio pero se lo impedí. Yo solo mato animales para comérmelos y eso ni de coña me lo iba a llevar yo a la boca. El marido, todavía desde la escalera, preguntó si queríamos que subiéramos a los perros pero la presa era demasiado grande y escurridiza. Al cabo de un rato, este mismo apareció con un espray mata-bichos y, por fin, gaseándola conseguimos que se fuera de mi casa. Le di las gracias a mi salvadora y cerré la puerta con todos los cerrojos de los que dispongo.
Abrazando mis rodillas y los pies recogidos encima del sofá, con todas las luces encendidas, que aquello parecía una tómbola de luz y de coloooor, estuve un buen rato sin poder quitarme la sensación en la piel del bicho recorriendo la intimidad de mi hogar.
Por mi mente, pasó reiteradamente la idea de si había una podría haber dos, tres o un puto nido de cucarachas en mi casa. Atormentada por eso, me vestí y me fui a un supermercado que sabía que estaba open hasta las tres de la madrugada.
Madre mía lo que me encontré allí. La crème de la crème. Un jovencito confuso que no sabía si cenar pizza o bollería industrial con un vaso de leche, una abuelo mirando revistas, así como disimulando y una señora, ya de una edad avanzada, totalmente alcoholizada buscando caramelos sin azúcar.
El pobre dependiente, con muy mal karma a sus espaldas, por qué no decirlo, me cobró las trampas y el flix-flix y me volví a mi casa para montar mi campaña militar contra las cucarachas.
Mi instinto de supervivencia hizo que saltara del sofá en busca de la escoba. Lo primero que se me ocurrió fue acompañarla hasta la ventana de la habitación para que pudiera emprender un nuevo viaje por el balcón. Mala idea, aunque el bicho era de un tamaño considerable, que hasta tenía articulaciones en sus patas, no le dio la gana de subir por el zócalo de madera que lo separaba de los múltiples escobazos que le iba dando. Cómo vi que eso no nos llevaba a ninguna parte, pensé en un plan B, así que, intenté direccionar, como pude al monstruo, hacía la salida del piso. Pero... ¡Oh, no...! La muy marrana, haciendo caso omiso a mis intenciones, se metió por detrás del cabecero de la cama. Ahí, si que entré en modo pánico total. Había sido un día muy largo, estaba cansada y no podía permitir que ese animalucho inmundo me jodiera la vida. Con la escoba, ya rozando la histeria, empecé a darle golpes a la cama:
-¡¡¡Sal de ahí, maldita hija de putaaaa!!!
Aunque esto parezca parte de uno de mis relatos, os juro, que es verdad.
Asustada, la cucaracha salió y se fue directita para la puerta. Imagino que se le quitaron las ganas de compartir piso con tal loca. Pero... ¡Oh..., no! Cuando le abrí la puerta, a medio rellano, se dio la vuelta y, al ver mi preciosa sonrisa de victoria, la muy zorra se volvió a meter en casa.
Pero tranquilos, que entonces llegaron los refuerzos. Los vecinos del piso de abajo, una pareja de jóvenes galos, alarmados por mis gritos, aparecieron por la escalera. La chica, se metió en casa y cuando vio el problemón que tenía, en ese momento, recorriendo el recibidor de mi casa, lo entendió todo.
Hizo un intento de matarla a chancletazo limpio pero se lo impedí. Yo solo mato animales para comérmelos y eso ni de coña me lo iba a llevar yo a la boca. El marido, todavía desde la escalera, preguntó si queríamos que subiéramos a los perros pero la presa era demasiado grande y escurridiza. Al cabo de un rato, este mismo apareció con un espray mata-bichos y, por fin, gaseándola conseguimos que se fuera de mi casa. Le di las gracias a mi salvadora y cerré la puerta con todos los cerrojos de los que dispongo.
Abrazando mis rodillas y los pies recogidos encima del sofá, con todas las luces encendidas, que aquello parecía una tómbola de luz y de coloooor, estuve un buen rato sin poder quitarme la sensación en la piel del bicho recorriendo la intimidad de mi hogar.
Por mi mente, pasó reiteradamente la idea de si había una podría haber dos, tres o un puto nido de cucarachas en mi casa. Atormentada por eso, me vestí y me fui a un supermercado que sabía que estaba open hasta las tres de la madrugada.
Madre mía lo que me encontré allí. La crème de la crème. Un jovencito confuso que no sabía si cenar pizza o bollería industrial con un vaso de leche, una abuelo mirando revistas, así como disimulando y una señora, ya de una edad avanzada, totalmente alcoholizada buscando caramelos sin azúcar.
El pobre dependiente, con muy mal karma a sus espaldas, por qué no decirlo, me cobró las trampas y el flix-flix y me volví a mi casa para montar mi campaña militar contra las cucarachas.
Soy consciente
que empezar a buscar otro piso y mudarme
de nuevo solo por ver a una cucaracha no es muy es normal pero… ¡joder qué asco
dan las bichas! Vale, que es la primera vez que me encuentro con una de su
especie en mi propia casa pero… ¿acaso uno se acostumbra a ellas?
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