Estos
días quien más quien menos ha dado la turra con el tema del procés o el retrocés
como acuñaba David Broncano en su programa de radio. Desde mi humilde blog
quiero dar las gracias a todos esos profesionales como él que han podido sacar
humor de todo esto. Yo he sido incapaz y mira que me lo ha pedido gente. Pancartas en las manis pidiendo que Normal se
pronunciara al respecto con su punto de vista peculiar o con alguna de sus
palabrejas inventadas. Lo siento y pido perdón pero no he sido capaz. Así que, agradezco a los que sí han estado allí como Broncano, Berto Romero, Andreu
Buenafuente, los chicos de La competència, una excelente labor en directo cuando
la improvisación ganaba a las circunstancias y me saco el sombrero por su
profesionalidad, al igual que al equipo de Està passant de Toni Soler. De
verdad, gracias por ese aire fresco, ese poder respirar de las emociones de estos
días, al menos, durante un ratico.
Aunque
no esté de acuerdo con algunos de vosotros. Querido Berto, tu monólogo se hizo
viral tratándonos a Catalunya y a España como dos niños pequeños en riña
absurda. Ahí disiento, mi querido Berto. No somos dos niños de igual a igual
jugando. Es un niño abusón que lleva años haciendo bulling al otro. El abusón contra
el gafitas de clase. El que le amenaza en pegarle al salir de clase y el que ve
como sus profesores se hacen los suecos, en este caso Europa. Yo he estado en
ese lugar y el que toda la clase vitoreé al abusón ¡Dale!, ¡Dale! No es bonito
de ver.
Y aquí
viene mi rollo que no ha sido más que un sube y baja de emociones que me está
dejando medio lela y que, a día de hoy, no sé cómo acabará todo esto.
No me
remontaré a mi escuela, ni si me adoctrinaron o no por ser parte del consorcio
de Rosa Sensat, empezaré con tan solo lo que he vivido desde el famoso ya 1 de
octubre.
Por
motivos que no vienen al caso para mí el 1 de octubre será siempre triste. Así
que, ese día, no podía dormir y me levanté pronto. Sin mucho que hacer, pues en
mi agenda solo estaba el votar, me vestí y me fui para el colegio electoral que
me tocaba según mi antiguo domicilio que, viendo lo que se avecinaba, no me
empadroné en el nuevo por si me quedaba a las puertas de la burocracia sin
poder votar. Ese colegio es el Infant Jesús. ¿Os suena? ¡Qué os va a sonar!
Pues es el colegio donde Artur Mas se hace las fotos votando.
Me
podía haber esperado, me lo he dicho una y otra vez, no me venía de votar la
primera, no soy tan patriota. Pero la curiosidad me podía y, si he de ser
sincera, pensaba que me lo encontraría cerrado. Pero no, llegué unos minutos
antes de las ocho, con unos nervios y una emoción en la mochila que iba en
aumento a medida que me iba acercando. Pero mi decepción fue máxima cuando vi
que allí sólo había una treintena a lo sumo cuarenta personas delante de la
puerta del colegio. Ya sabía yo que en este colegio poco harían, pensé (todavía
sin saber que allí votaba l’Expresident). De repente, cuando todavía no había
llegado a penetrar en el pseudotumulto vino una chica corriendo pidiendo ayuda
para proteger la puerta trasera del colegio. No hubo acabado la frase que de
las calles perpendiculares aparecieron media docena de furgonas de la Policía
Nacional bloqueando el tramo de calle en que se encuentra el colegio. De allí,
salieron unos cincuenta policías armados hasta los dientes y porras en las
manos. Entremedio, unos con chalecos reflectantes y pasamontañas que daban casi
más miedo que los que iban con cascos protectores. Pedimos paz, pedimos que no nos pegaran y
pidiendo silencio a los que estaban más nerviosos. Yo, que estaba en primera
fila miraba atónita a ese policía, con mi cara de gatito de Shreck, por favor
no me pegue, yo solo he venido a votar, no llevo bombas, no llevo armas, no mataré,
no pegaré, no haré daño a nadie, solo quiero ejercer un derecho universal libre
y democrático. Y si eso, usted o las autoridades que sean ya me lo invalidarán luego
pero no me pegue señor. Nada, la palabra no hablada parece que no sirvió pues nos
fueron acorralando. Intentaron entrar por un lado del tumulto y hubo algún que
otro empujón, nos rodearon, era fácil, eran muchos más que nosotros y en
posición de U con la puerta del colegio a nuestras espaldas nos iban
apretujando. Pero somos de los No tinc por y nos plantamos todos en el suelo
mojado, pues ese día le dio por llover, con las manos en alto. Un silencio
escalofriante cruzaba entre los activistas como nos dijo el señor Rajoy y el
cordón policial. No sé por qué, no sé en qué momento, yo estaba mojada en el
suelo, cagada de miedo y sin entender
qué pasaba cuando empezaron los policías a jugar al juego de las cebollas y por
una de las puntas de la U empezaron a tirar de gente para apartarlos de la
puerta. Uno de ellos era un señor bastante mayor que vi cómo le arrastraban sin
ningún miramiento.
Hice el gesto de
levantarme para ayudar al señor pero un chico me pidió que me sentara, teníamos
que permanecer unidos y seguir en silencio. Cogieron a otra señora. Esos
policías nos querían quitar de ahí de malas maneras y mi turno estaba cerca.
Como veíamos que la cosa se estaba poniendo peor nos levantamos todos sin dejar
de tener las manos en alto y en silencio. A nadie le gusta que le restrieguen
por el suelo como un saco de patatas. Yo seguía en primera fila con un hombre
de dos por dos con una porra en la mano con mirada desafiante, seria e
impertérrita delante. De lejos, al otro lado de los furgones un grupo de
jóvenes gritaban “¡Queremos votar!” ¡Fuera, fuera, fuera!” Desde dentro del
cordón les pedíamos silencio, nos estábamos jugando la cara, no era momento
para encrispar a nadie. Hubo un tercer intento de carga cuando una señora de un
balcón sacó una cazuela y empezó a golpear con una cuchara. ¡Gracias señora que
no conozco de nada! Porque gracias a eso, mis robóticos captores se despistaron
por un momento y dejaron espacio en su cordón para que, a cual ninja, me pudiera
escurrir entre ellos y ponerme al otro lado.
Me sentí cobarde que no os lo
podéis ni imaginar. Viendo a esas personas que antes estaban allí conmigo
aguantando la presión y la entereza por salvaguardar
unos derechos a los que yo aspiraba también. Aunque si allí se proclamaba la
batalla campal, al estar flanqueados por furgonetas, pillaba igual, pero
parecía que los que estábamos detrás estábamos más seguros. Cuando pude pegarme
a la pared de en frente vi a una señora que también salía del cordón aturdida,
con la mano en la cabeza porque le salía un chorretón de sangre, no sabía que
tenía que hacer ni a dónde ir la pobre señora. Otra a mi lado, pidiendo ayuda
por teléfono. “¡Aquí hay heridos!” gritaba, “¡Por favor, que venga una
ambulancia!”. Yo miraba para los lados en busca de esos mossos que hacía dos
días la gente abrazaba. No había nadie, nadie nos podía ayudar. Pensaba que
pronto llegarían los medios de comunicación para denunciarlo pero tampoco
llegaron, se rumoreaba entre la gente que había otras escuelas en peores
condiciones que las nuestras. Me temblaba todo
y como podéis ver las fotos que hice me salieron todas movidas. Jamás he
sentido tanto miedo en mi vida.
Al cabo de unos minutos, llegó la ambulancia
que los policías tuvieron a bien de dejar pasar y lo celebramos con aplausos.
Por fin, pudieron atender a la señora del corte en la cabeza que estaba
llorando de los nervios y la pena. No señores, no era una manipulación, no era
sangre falsa, yo estaba allí y lo vi, era sangre real, era dolor real, era
miedo real.
Cuando
los pasamontañas dieron por terminado su trabajo dentro del colegio sin
encontrar una sola urna, dieron órdenes de retirada y aplaudiendo otra vez les
despedimos y respiramos.
Me fui
a casa, me cambié y volví al colegio. Decirme terca pero yo… ¡solo quería
votar! Estuvimos unas cuantas horas para poder hacerlo, la caballería en forma
de dos mossos vigilantes ya había llegado y el número de personas se había
triplicado. Al cabo de un rato, Mas y sus acompañantes lo consideraron
suficientemente seguro y haciéndole paseíllo como a un abuelo cualquiera se le
dejó entrar en el colegio para que se hiciera la foto de rigor.
Cuando
ya estaba en la puerta, a escasos centímetros, salió nuestra portavoz, Clara, a
la que cogimos un cariño tremendo por unas horas, anunciando que volvía la policía.
Ahí sí que ya casi me da un soponcio con todo el mundo apretándome para poder
entrar. Los nervios estaban a flor de piel y se estaban repartiendo papeletas,
no para votar sino para que me volviera a tocar vivir por segunda vez lo mismo.
Pero no, no volvieron y emocionada pude votar. No hay foto porque había un
montón de gente esperando y no quería hacerles esperar para poner mi mejor
sonrisa. Teníamos que votar todos y cuanto antes mejor.
Volví a
casa y mientras comía miraba atónita las noticias y cómo lo habían vivido el
resto de colegios de Catalunya. No me lo podía creer. Cargas indiscriminadas,
gases pimienta a señores que estaban haciendo una arrossada popular... Como dijo
un tiuitero que ahora no recuerdo su nombre, desenterramos a Dalí y todo se
volvió surrealista. ¿Eso estaba pasando? ¿De verdad? Pena máxima, congoja y
miedo, sentimientos muy contrarios a los que esperábamos vivir ese día. Otro
día como el 17-A repasando los colegios donde iban mis conocidos y comprobar
que todos estuvieran a salvo.
Aun
así, a las siete de la tarde volví a bajar al colegio para custodiar mi voto
aunque sabía que si volvían actuaría con la misma cobardía que a primera hora
de la mañana. A la hora del cierre hicimos la cuenta atrás y coreamos “Hem
votat!, Hem votat!” casi se me caían las lágrimas de la emoción.
Esa
noche, la Parca, acurrucándome las sábanas, me dijo, por favor, otro día no te
la juegues tanto, no me lo pongas fácil.
Pasado
el susto, al día siguiente, fuimos a trabajar. Cansados como bestias pasamos el
día comentando lo sucedido el día anterior y si al siguiente se hacía huelga,
parada o lo que fuese.
Día 3
de octubre, me enfundé mi estelada y en queja por las cargas policiales me fui
al colegio donde un policía le reventó un ojo a un chico que quería votar. ¡Le
reventó un ojo! ¡Por Dios! Ahora díganme que me hago la víctima, que exagero.
¡Un ojo! Miles de catalanes magullados fuimos en manifestación pidiendo
diálogo. Denunciando una violencia que según el gobierno no existió pero si se
felicitó a quién la ejerció.
Pasé
por delante de la caserna de la Policía y no les gritamos hijos de puta, no les
gritamos salvajes de mierda, ni fachas asquerosos, no, les gritamos este
edificio será una biblioteca y las calles serán siempre nuestras. Pasó una
señora cruzando la manifestación con una bandera de España y se le hizo pasillo
para que pudiera pasar bien porque a los yayos siempre hay que hacerles paseíllo, cojeen de lo que cojeen.
Estuve
doce horas rondando las calles, gritando con mis cuerdas vocales de acero y con
las manos escocidas de tanto dar palmas. Bailamos en batucadas y ordenadamente
antes de las nueve de la noche nos fuimos para casa.
Pero el
domingo, mucha gente también se quiso manifestar por la unión de España. Que no
le importó pasearse al lado de gente que hace apología del franquismo y la
dictadura. De una gente que me mira a la cara y me dice que me merezco porrazo
y violencia. Una gente agresiva que me insulta y me humilla. Aun así, dolorida
por dentro y muy triste decidí quedarme en casa para no verlo. Ellos también
tienen derecho como yo a expresar su opinión. ¡Pues no me dejaron ni asinas!
Vale,
que yo vivo en una zona conflictiva. Por un día, como a lo del día de la
marmota, me levanté cuarenta años atrás con un energúmeno que un domingo a las
9 de la mañana ya empezó con el “¡Viva España!”. Libre de hacerlo, por
supuesto, pero coño que la mani empezaba a las 12, no se podía poner usted a
ser patriótico un poco más tarde. ¡Si es que nos quieren pillar cansaos!
Bueno,
como por un día la plaza Francesc Macià se convirtió en la plaza Calvo Sotelo el
ruido era tremendo y por mucho que me esforzaba en trabajar, tranquila en mi
casa, ayudando a un compañero de escritura, no había tu tía. Así que a lo
reportera más dicharachera del barrio bajé a ver qué demonios se cocía por la
calle, ya que mi piso no da al exterior y no veía un pijo. Y como dicen que
la televisión catalana es tan manipuladora pensaba que no darían este tipo de
noticias (cosa que fue al revés, retrasmitió muchas más imágenes la televisión
catalana que el resto pero no me voy a meter en esto).
Aquello
parecía que hubiera ganado la selección el mundial en último segundo. Muy
colorido y todos los coches pitando y una alegría tremenda entre los transeúntes
que iban con banderas españolas y catalanas. En ningún momento me sentí
amenazas porque tampoco me crucé con águilas ni aguiluchos. Aunque una señora
en un intento de reconvertirme al unionismo me restregó su bandera por la cara
haciéndome retroceder en mi paso. ¿Acaso llevo un letrero de independentista en
la frente? Bueno, tontos hay en todos lados.
Pero mi
corazón seguía triste, cada vez más y más a medida que iba viendo toda esa gente ajena a mi dolor y a mi impotencia.
Me habían hecho daño y a ellos les importaba un real bledo. Al revés, lo
aplaudían. Mi modo simple de vista no lo entendía y sigue sin entenderlo. Ilegalizan
cosas a diario y ¿no pueden ilegalizar un referéndum a posteriori sin hacer
daño a nadie? ¿Queréis una España unida a base de pegarme? Eso no es quererme…
Bueno,
paro que me decanto demasiado para un lado. Aunque sea obvio ya desde hace
rato. A mí me criaron desde la cultura del pluralismo, de cuantos más amigos
tengas y diversos de todas las regiones
mejor. Por eso mi blog siempre lo he escrito en castellano y no en catalán, lo he dicho
más de una vez, tengo amigos de todas partes y no quiero excluir a nadie. Pero
me engañaron. Me siento estafada. Mi Facebook se ha vuelto una batalla campal y
yo no he dicho ni mu. Os habéis discutido entre vosotros como animales sin
razones. Me sentía como un niño en medio del divorcio de sus padres. Ya os digo
que a los más turras los he borrado y a otros me he negado porque les tengo
tanto aprecio que tengo la esperanza de que cuando todo esto acabe nos podamos
dar un buen abrazo. Aunque, en muchos momentos, os confieso que me habéis hecho
mucho daño con vuestras puyas y comentarios sangrientos y sin razón.
El día
10 a mí casi me da un infarto, todo el día con la radio pegada a la oreja de
debate en debate y con unas ganas tremendas de que fueran las seis de la tarde.
¡La final de la Champion estaba al caer!
Pero se
demoró una hora más. Una hora que me salvó de no pillarme la independencia depilándome
las piernas. Yo y mis cosas de gente normal. A ver si me tenía que pillar a mi
hecha un oso.
Me fui
a casa y como si se tratara de un partido, con la radio puesta, sentada en el
sofá, iba gritando al aire “Diga-ho, diiiigaaa-hoooo, però diga-ho jaaaaa!” Y lo
dijo, lo dijo. Declaró la independencia pero de una manera que no me esperaba.
Yo pensaba celebrar gol, pensaba abrir la botella de cava que tenía en la
nevera. Yo sola, no me importaba pero el copazo me lo metía. Y en coitos
interruptus dijo que quedaba en suspenso.
Otra
vez, la montaña rusa para abajo con un disgusto que paqué. Me fui a clase,
llegué puntual por los pelos, estuve dos horas medio ausente, escuchando cosas
que me importaban un cojón y me fui a casa con mi radio a ver qué coño se
cocía.
Pero
cuando todavía no había reaccionado a la suspensión y me debatía entre está
bien cojamos aire y no, no, no a mí no me pega ni cristo a la independencia
unilateral y directa aparece Rajoy y nos tira a la cara el 155 y nos dice que
somos unos activistas, que nos merecemos todo lo que nos pasó ayer, hoy y lo
que nos pueda pasar si no cesamos en nuestro intento fallido de independencia
en un ultimátum de tres días.
Otra
vez bajona, intenté ir al gimnasio para quitarme la mala gaita que arrastraba
ya pero no me sirvió de nada porque cuando llegué a casa leí este tuit que os
dejo aquí. Casi cinco días estuvo en la red a vista de todo el mundo hasta que alguien, gracias a Dios, lo denunció y se bloqueó.
Ya,
otro loco que no tiene que ver con el resto de España. Aun así, porque mi tarannà es otro, yo me quedo
con las declaraciones que hizo Pep Guardiola el 1-O, creo que más o menos
fueron así, España es la caña y está lleno de españoles que son la caña pero el
gobierno de España es una mierda y permite cosas que no debería permitir.
Me fui a dormir y otra vez, esta mañana, el del
“¡Viva España!” me ha despertado. Pero ojeando tuiter he visto un video muy
bonito y ahí ya he reventado en llanto. És que hasta singlotava i tot! Os lo
dejo aquí el montaje que hicieron los vecinos de Vilobí del Penedès el pasado 6
de octubre.
Los que
me conocen saben que no aguanto bien la presión. Y si, en algunos momentos de mi
vida, me ha tocado ser fuerte ha sido más por cojones porque no me tocaba otra
cosa que no por valentía o coraje. Y esta mañana, en mi casa, sola y sin un abrazo
de tranquila todo va a salir bien, me sentía cansada y sin ganas de hacer nada.
Pero a cual Scarlett O’Hara, con su tierra roja de Tara, me he levantado y he
querido recuperar lo que hacía demasiado tiempo que no hacía: ESCRIBIR.
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