El otro día me pinché con un alfiler, ¡Dios qué dolor!
¿Cómo lo pudo soportar la Bella Durmiente y quedarse con esa carita de Bendita
Durmiente? ¡La mía seguro que se hubiera quedado de patidifusa somnolienta!
Y es que esta puta vida, a veces, nos inflige un dolor
dolorisisisimo que nos hace ver todas las estrellas del firmamento revoloteando
encima de nuestras cabezas. Ese dolor agudo que nos provoca que estalle un
grito en la garganta y la gente a tu alrededor, atemorizada por tu sufrimiento,
se acerque a ti para socorrerte, ver como alzas un dedo al aire, lo meneas
como si quisieras indicarles algo, lo soplas sin cesar. Todos te preguntan si
estás bien con temor a que te esté dando un ictus por tu cara de estreñimiento
súbito. Uno, teléfono en mano, pregunta si es de menester llamar a una
ambulancia. Y tú, avergonzado, por el escándalo que estás liando anuncias que
es que te has cortado con un folio. ¡Que duele de la hostia, jolines!
Estoy segura que a más de una mujer, chica o melenudo
en general también le ha pasado alguna vez encontrarse un pelo que le molesta y
ver que no está muerto sino que sigue muy vivo y está pegado a la cabeza. Hasta el
más valiente no puede evitar soltar un ¡Ay, connnnio!
Pero no hay humano que pueda seguir su camino con el
sufrimiento que te depara Destino Cruel cuando provoca que una diminuta piedra
se cuele sin permiso en tu zapato. Al principio, te niegas a parar, piensas que
no habrá para tanto pero la realidad es la que es y a cada paso que das el
dolor marca tu ritmo. Con habilidad nula intentas desplazar la piedrecita hacia
ese punto ciego del zapato donde crees que no la vas a notar pero tu pie
morcillero no deja espacio alguno ni para un ridículo grano de arena que, cada
vez, te toca más los cojones. Con la mandíbula ya medio desencajada en la
desesperación empieza el periplo de quitarte lo que ya te parece una roca en tu
zapato. Como te crees siempre joven y ágil decides poner el pie encima de la
otra rodilla para despojarte del calzado. Si éste se resiste es cuando empiezas
con el baile sandunguero y es cuando a la pata coja ves que así no vas a
ninguna parte y con tu visión errática buscas lo primero que encuentras para
apoyarte. Normalmente suele ser, en un instinto de supervivencia, estrujar el
brazo de tu acompañante o un buen árbol al que arrimarse. Como hay piedras muy
putas ellas, esta operación puede constar de varios intentos ya que no siempre
sale a la primera, por mucho que zarandees el zapato. Por eso, es de razón,
meter el ojo bien a dentro, sin importarnos el perfume del pinrel, para
asegurarnos que por fin estamos liberados de nuestro mal.
En cuestión de pies también podríamos exponer el dolor
en mayúsculas cuando tienes un tirón en la planta. ¡Qué mal, fatal, de lo peor!
Unos dicen que hay que tirar del dedo gordo para arriba, otros darte un buen
masaje en el muslo. Mi modus operandi es soltar alaridos de dolor tirada en el
suelo como un futbolista fingiendo una falta, haciendo el péndulo y tirando del
dedo con una mano y la otra agarrada al muslo. Los expertos y cuñados
sabelotodo te aconsejan tomar muchos plátanos por su alto contenido en potasio
ya que, por lo que parece, la falta de ello es lo que provoca que tú te cagues
en todos los muertos cuando tu músculo decide estirarse como un acordeón y
dejarte el pie medio tonto e inhabilitado durante un buen rato.
Y, como viene siendo normal, me quedo corta. ¡Seguro!
Es que son demasiadas las penurias que nos depara el infortunio con sus dolores
absurdos.
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