La loca de los gatos (Noñez mascotil IV)

Después del post malrollero de ayer, sobre todo para los que se pensaron que el Nino ha pasado a mejor vida, os escribo esta anécdota de ñoñez mascotil.

Desde que vivimos en nuestro nuevo hogar, Capitán le ha cogido gustillo a mirar por la ventana de mi habitación. Sentado cómodamente en la cama ve la gran plaza que tenemos cerca. Con grandes árboles adornados con sus pajarillos cantores. Nuestra calle es una calle muy concurrida por gente que va a trabajar, niños que vuelven del colegio, gente que pacientemente espera el autobús en su parada. Un mundo que a mi gatito le es nuevo y entretenido.

Por si no tuviera bastante con el ir y venir de los niños, los pájaros, los perros, sus dueños y demás transeúntes justo en la ventana del edificio de enfrente tenemos un nuevo amigo. ¡Un clon del Nino! Es igual pero en pequeño, y no es porque yo sea la dueña del minino más guapo del mundo, pero un poco más feo.

Con todo eso mi gato se puede pasar horas enganchao al cristal del ventanal de mi habitación. Sobretodo lo que no os aconsejo es que hagáis lo que hice yo un día. 

Volvía yo de trabajar un día cansada, con el cerebro embotado del estrés del trabajo cuando vi a mi animalillo contemplando el panorama callejero. Alcé los brazos y empecé hacer aspavientos y gritar "Hola Nino! Nino, guapu!". Al segundo me di cuenta que no estaba en mi casa sino en medio de la calle, con un casco en la mano y saludando a mi animal de compañía que visto lo visto cogió y se retiró de la ventana. Como si sintiera vergüenza ajena de esa humanoide que estaba haciendo el pena en plena calle a las siete de la tarde.

Avergonzada, subí las escaleras de mi edificio, con la cabeza baja, abrí la puerta y ahí estaba él haciéndome la croqueta. No estaba avergonzado, estaba esperándome en la puerta para darme la bienvenida.

 


Nino a media croqueta con su novia estufa.