martes, 16 de octubre de 2012

La paciencia, es la madre de la ciencia (no la mía)

Como ya sabéis amigos lectores, estoy intentando hacer una labor titánica. Otra vez, yo contra millones de molinos de viento que se empeñan en no dejarme mudar con tranquilidad.

Si, una mudanza es un calvario y eso es normal o, al menos, lo vemos todos como normal pero cuando la impaciencia de una entra en juego se convierte en una película de terror. Y es que yo soy de la cultura del "ya" y me cuesta mucho tener las cosas fuera de control y, encima, tomármelo con tranquilidad. Que yo pa Jamaicana no sirvo.

Gracias a mi impaciencia venida claramente por mis genes (porque ya sabemos que yo no tengo la culpa de nada) he logrado cargarme dos muebles.

¿Os acordáis del topo malva? (tirad para abajo, que es un post anterior o clicar el link) Pues cuando fui a comprar la pintura, el señor que me la vendió, muy amablemente, me estuvo contando que estaba adquiriendo una pintura que no era necesario lijar la madera porque ésta ya me taparía suficientemente todas sus imperfecciones. Yo, confiada, pinte y pinté hasta que malva me quedé. Al cabo de unos días, cuando ya estaba seco introduje los cajones en su sitio y para mi sorpresa la cosa iba muy justa. Tan justa que se quedaron encajados sin poder moverlos. Mi cómoda de cuento de hadas se había quedado estática e inservible y con la mala suerte que había dejado en uno de los cajones una herramienta. Al principio, no me importó "bueno mira, quedará puramente decorativo" pensé para mis adentros, pero luego me acordé de la herramienta que había depositado allí. Solución: tira que te tira hasta que salga el cajón. Y si, la mayoría de veces con la fuerza bruta consigues resultados pero no siempre los deseados. Acabé con la parte delantera del cajón colgada de mis manos por el tirador bonito y el cajón igualmente encajado en el  hueco. Total, que ahora tengo una herramienta liberada de la cárcel malva y un mueble ligeramente abstracto.

Pero como os digo, este no es el único que ha sufrido las consecuencias de mi impaciencia. En la cocina, también hay un mueble que el anterior inquilino decidió pintarlo de amarillo canario, color que, por supuesto, me parece horripilante. Al diferenciar de gustos pensé en pintarlo azul marino. Como todavía no estaba en situación de saber que si pintas un mueble con cajones tienes que lijarlo primero para que el grossor de la pintura no impida su funcionamiento adecuado pues yo pinta que te pinta. Y nuevamente, quedaron los cajones justos. Pero me avanzo en los acontecimientos de esta cajonera, que tuve varias peleas con ella y no quisiera saltarme el timeline de mi sufrimiento.

A parte de ser de un amarillo chillón, los tiradores de los cajones eran bastante feuchos y como ahora por dos duros puedes obtener tiradores preciosos decidí cambiarlos. El primero se dejó bien, el segundo ya costó un poco más pero en general no me dieron mucha guerra hasta que llegué al de la puerta del armarito que va al lado. He de decir, que mis herramientas son de niña, o sea, de juguete y muy útiles no serían pero si podía sacar cuatro tiradores tenía que poder sacarse cinco. Resultó que Destino cruel no quería que yo cambiara todos los tiradores y después de toda una tarde, echándole 3 en 1 y probando con varios destornilladores, manuales y eléctricos, lo único que conseguí fue que el maldito tirador se riera de mi. Entonces, entró en juego mi tozudez habitual. Por mis... que esto sale. Pensé en las películas, esas en las que sale un niño atrapado en un tunel. En este caso, el que estaba atrapado era un tornillo en una puerta pero el concepto era el mismo. Así que hice como en las películas de serie B, un tunel paralelo. Y, ¡funcionó! Por fin, conseguí sacar el maldito chisme. Pinté la puerta sin el tirador feo y, bueno, como con los cajones ahora no se puede cerrar bien por el grosor añadido de la pintura.

Como ni la puerta ni los cajones parecían encajar adecuadamente, lijé la estructura, que era lo único que no había pintado. La puerta y los tres primeros cajones parecieron sentirse a gusto con este acuerdo pero el cuarto, el de abajo de todo, el más jodido de lijar, limpiar y meter no le dio la real gana de encajar adecuadamente. Como ya mis ovarios estaban inmensos de rabia, ira y frustración le empecé a dar patadas hasta que el maldito cajón cerró. Ahora tengo un cajón meramente decorativo y con marcas de patadas. Prometo arreglarlo algún día pero ahora ¡no quiero ni verlo! ¡maldito mueble toca pelotas!

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