Por Navidad, mi madre me regaló una olla programable. Me encanta hacer mil experimentos con ella. Robotita ya es una más de la familia. Aunque del ensayo error un día surgieron las panensaimadas (ensaimadas como piedras pero muy apetitosas) el resto de cosas han salido bastante bien.
Pero no hay nada como la sencillez de la cocina de mi mama. Yo soy incapaz de hacer macarrones o pasta como ella. No llego ni de lejos a su nivel. Mira que son simples pero de verdad que buenos, buenos. Sus albondigas con tomate te estallan en la boca a cual bomba de neutrones y su megatortilla, de casi un palmo de gruesa, hace que te relamas los bigotitos. Mi primo javito, cuando viene a la city, mi madre siempre le tiene preparado un supersandwich que hace que necesitas dos bocas para pegarle un mordisco. Y hace poco, una amiga de toda la vida me recordaba lo impactada que se quedó un día que mi madre nos preparó una ensaladilla para comer. Me preguntó si yo la hacía igual. ¡Ya me gustaría a mi tener tanta paciencia!
Ah, pero amigos, los diamantes de la casa son mis croquetas. Allí por donde las paseo desaparecen a la velocidad del rayo, reciben siempre halagos y son apreciadas por todos. ¡Que por mis croquetas, matan!

¡Ay, si yo fuera rica, alimentaría a medio mundo!
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