miércoles, 23 de octubre de 2013

La Parca: episodio I

Como la semana que viene prevengo que estaré bastante liada, os quería dejar mi post especial castañada ya colgado para que lo pudierais ir leyendo. Este año, con el calorcito que estamos teniendo mucho no apetece sentarse en el fuego a comer castañas, boniatos asados y contar cuentos de terror. Yo para este año sugiero más una cenita a la luz de las velas con un buen vinito, un caprichito de esos que nunca nos damos y de postres un delicioso pudin de castañas regado con chocolate caliente para poder relamer hasta el plato. ¿os hace?

Bueno, no me enrollo más y vamos a lo que vamos:

Hace mucho,  mucho tiempo atrás, en una galaxia muy, muy lejana... o no tanto, ya que era en esta y más bien cerquita, en un pueblecito de la costa catalana, una niña, o sea yo, y su clase empezaban sus campamentos. La casa en la que nos alojábamos tenía muy mala leche, pues estaba en frente del cementerio.  Parecía ser que a los niños de 7 años eso les importaba un pimiento pero a mi me hacia cagar de miedo. 

La primera noche en aquel sitio horripilante no la olvidaré nunca. 

Jamás, en mi corta vida de por aquel entonces,  había estado tan cansada. Había sido un día de lo más intenso. Habíamos llegado a la mañana pronto, el lugar era cerca de Barcelona y a penas habíamos podido graznar una veintena de canciones infantiles. Habíamos hecho la repartición de grupos, habitaciones y literas. 
Habíamos ido al pueblo a dar una vuelta.  Nos coincidió, mira tu qué casualidades, con un eclipse solar. Nos reunieron en las escaleras de la iglesia del pueblo y nos hicieron bajar la cabeza hasta que pasara. Una viejecita que salía de misa, viendo que ya estábamos hasta el gorro de estar en esa posición tan aburrida nos dijo a gritos que no mirásemos el cielo o nos quedaríamos ciegos, cualquiera no la creía, que para los católicos te puedes quedar sin visión por cualquier cosa que hagas mal, sobretodo si es repetida y reiteradamente. Lamentablemente, en ese caso la viejecita tenía razón, pero hay que ver lo que dura un eclipse y lo que estresa intentar luchar contra la tentación de lo prohibido ¿Que un niño no haga qué? ¡Bobadas! Pero los profesores ya se encargaban de lanzarnos collejas cada vez que alguien hacia el mínimo gesto de subir la cabeza. Cuando acabó como un muelle saltamos, gritamos y alborotamos todo lo que nos habían reprimido durante, la que nos pareció, eterna transición de la luna por el sol. 

Después volvimos a la casa, cenamos e hicimos la clásica gincama nocturna. ¡Cómo las odiaba!  ¡Menuda gracia hacer cagar de miedo a una panda de críos! Pero de pequeña tenía mi pequeño orgullo y sabía disimular muy bien mi cangueli interno. Me hacía sentir fuerte y poderosa el saber que no era de las que iba lloriqueando durante todo el juego.  Que los había, eh. Yo agarraba bien fuerte mi linterna y tira para adelante.

Finalmente,  nos fuimos a dormir. Desde mi litera, la luna resplandecía a través de los cristales y podía ver como por encima del muro, en el cementerio habitaban en paz sus tumbas adornadas, la mayoría, con bonitas flores. El cansancio empezaba a ganar al miedo y se me iban fundiendo, poco a poco, las farolas del entendimiento para pasar a la oscuridad del sueño. En un quiero y no puedo porque si me duermo me puede pasar de todo, vi moverse algo detrás del montón de ladrillos que nos salvaguardaban de los muertos. Force mi vista todo lo que pude, no había nada. Agudicé los oídos, el silencio era absoluto salvo por lo mucho que me latía el corazón.  Bum, bum, bum... Otra sombra se cruzó en mi visión Bum, bum, bum, bum... pero, esta vez, eran mis persianas oculares que ya no conseguían mantenerse abiertas. 

Me di la vuelta e intenté tranquilizarme.  Ojos que no ven, corazón que no llora. ¡Y una porra! Me sentía desprotegida, la profesora estaba en el quinto pino,  mis compañeros dormían plácidamente y yo pretendía vencer al mal poniéndome de culo. Encaré el peligro y miré fijamente por la ventana. Y entonces, fue cuando empezó a pasar todo. Las tumbas se empezaron a desquebrajar y de ellas empezaron a salir muertos. Hacían aspavientos, caminaban raro y balbuceaban algo sobre comer y cerebros. No entendí la conexión hasta años más tarde en una sala de cine. 

El  miedo había paralizado todos los músculos de mi cuerpo, ni tan solo mis bracitos podían alcanzar las sábanas para taparme y poder protegerme de esa terrorífica visión. Sólo podía gritar y eso hice. Nadie me oía. Mis compañeros de habitación dormían como osos y no se estaban enterando del percal. Intenté chillar más y más. Los no muertos ya habían saltado el muro, miraban a un lado y al otro de la carretera para poder cruzar sin ser arrollado por algún coche y convertirse en un remuerto. Yo seguía en mi intento de llamar la atención. Por fin, conseguí mover los brazos y aproveché para lanzar mi almohada al chico de la litera de al lado. Con un acto reflejo, la cogió al vuelo y me la volvió a lanzar emitiendo un gruñido de desaprobación. Volví a gritar a las profesoras. Nadie me hacía ni puto caso y en menos de un minuto los muertos andantes vendrían a por nosotros.

De repente, algo me cogió del brazo y me zarandeo. En un súbito aliento, me incorporé de golpe y ví que todo había sido un sueño. Entonces, una voz me susurró al oído:

- Tranquila, hoy no es tu día.

Le miré fijamente a los ojos, no sabía qué pensar. ¿Aquella cosa me había liberado de los zombies pero ahora querría matarme? Pero en su rostro pude ver una amplia sonrisa antes de que empezara a desvanecerse.

- Nos volveremos a ver, pequeña.

Ya no sabía lo que era pesadilla de lo que era real así que volví a recostar la cabeza en el cojín, miré por la ventana y como parecía todo tranquilo me dormí.



** Cosas curiosas: Este post está basado en hechos reales, hasta el momento parca, claro. O al menos eso creía yo. Mirando en wikipedia, que aunque no lo parezca yo me documento mucho, no ha habido un eclipse solar total en España desde 1860 y soy vieja pero no tanto...

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