En
mi casa, las cuatro veces contadas que subíamos al pueblo en esta época
mi madre, antes de irnos a dormir, pasaba la plancha entre las sábanas
para que al entrar en el sobre estuviera bien calentito. Yo soy más de
usar el secador, lo único, si lo hacéis, recordar dejar suficiente
espacio para la salida del aire del aparatejo. Yo creo como una especie
de tienda de campaña con el almohadón porque sino el secador se ahoga,
se para y así no hacemos nada. Otro truquele que suelo utilizar es una
bolsa de agua calentita, hay que gustirrinín que da poner los pies
congelados encima de ese elemento tan poco glamouroso, vale, artílujo de
vieja quizás, pero va de coña, os lo digo yo.
Y
si sois de manga ancha también podéis poner la calefacción. Qué
concepto tan moderno la calefacción central, ¿verdad?, casi tan moderno
como la televisión en color. En casa de mi madre, aún conserva los
precursores a este concepto, unos radiadores de hace más de treinta
años, con regulador de temperatura. Ella los pone en agosto al mínimo y
oye, no sé como se lo hacen pero ya van dando el calorcito necesario
para que esa casa conserve una temperatura standar todo el año.
Pero
qué decir de la mítica catalítica. De esas explosiones de gas que hacía
al encenderla, que te convertías en una superwoman de los reflejos
porque al segundo del chispazo si no te apartabas te quedabas sin cejas.
Tengo una amiga, que tiene una casa en un pequeño pueblo de l'alt
l'Empordà. En nuestras juventudes íbamos allí, bueno con lo de casa me
quedo un poco corta, era un caserón y las niñas dormíamos en la casa de
invitados. Un pequeño habitáculo con dos habitaciones, un pequeño baño y
un comedor. Recuerdo estar sentadas en ese comedor hablando y
cotorreando de nuestras cosas, de como se iban acumulando los
cigarrillos Gold Coast en el cenicero mientras la entrañable catalítica a
nuestro lado daba calor a nuestras conversaciones.
Pero
para entrañable el recuerdo que tengo de casa de mi abuela. Tenían una
casita en una urbanización de las afueras de Olot, allí el invierno es
muy duro y hace una rasca que te pelas. Al lado de la cocina, tenían una
pequeña habitación adosada que era donde mi abuela cosía. Allí tenía
dispuesta una mesa redonda cubierta toda entera por un mantel colgandero
hasta el suelo y debajo, una maravilla del mundo mundial, el brasero.
Se me cae la babilla al recordar aquellos momentos en que yo, tota
petita, me metía bajo esos faldones mientras mi querida abuela, con toda
la dulzura del mundo, me preparaba chocolate a la taza. Que antes, no
era un minuto al microondas y listo. Mi yaya tenía un cazo y un palo
especial que utilizaba únicamente para hacernos el mejor chocolate que
jamás he probado y probaré. Con toda la paciencia del mundo vuelta tras
vuelta iba creando ese manjar tan esquisito que nos endulzaría toda la
tarde y para acompañarlo mojábamos pan tostado o bizcochitos. Si, parece
un anuncio patrocinado por ElGorriaga pero así era el pequeño mundo que
construíamos las dos sentadicas al calor, chorreando chocolate hasta en
los codos y conversando de las cosas más absurdas que pueden hablarse
entre una entrañable modista y su nieta al resguardo del crudo frío
invernal.
Y
es que si, que lo normal es que en invierno se pase frío y en verano
calor. Y Ya sea artíficial, ya sea vía manjar, como una buena sopa, un
cafetito caliente por la mañana fría o el arrime carinyoso de otro ser
humano, como el calorcito en invierno no hay nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario