Pero las cacas horneadas diariamente en nuestra oficina llevan la fragancia inconfundible del fantasma de la cacota.
El fantasma de la cacota no se deja ver, no va con una sábana blanca y una bola de preso encadenada a su etéreo cuerpo pero pesado lo es un rato y sentirse se siente mucho. Notas un aire frío que provoca que los pelos de tu espalda se ericen y los pelillos de tu nariz quieran suicidarse porque ellos son los primeros en detectar lo venidero. Acto seguido se instala encima de nuestras cabezas la nuve tóxica, una farum densa que penetra por tus fosas nasales y va directa hasta el hemisferio sur de nuestro cerebelo dejándote medio lela y apestando a rayos y a centellas todo el despacho.
El fantasma de la cacota habita entre nosotros desde hace millones y millones de años, desde que el hombre es hombre. Un cavernícola que murió ahogado por sus pestilentas heces. Se adentró demasiado en su cueva, a mano derecha como debe ser y un pedito anunciando el final del buen trabajo realizado hizo estallar la roca dejando al fantasma de la cacota fosilizado entre mierda y minerales. Por que comer animalejos recién cazados, en las épocas antiguas, no eran de fácil digestión. Y con las comidas pesadas ya se sabe que al salir pueden producir cualquier tragedia. Como decían en mi familia: "comer podemos comer gloria pero cagar siempre cagaremos mierda, niña".
Desde entonces, nuestro fantasma cacota, se dedica a dejar su huella olfativa por todos los wc del mundo. Porque todos sabemos que lo normal es que la caquita humana no huela, sino que es el fantasma de la cacota que en venganza por su desdicha, nos atormenta a todos con su aromas fecales.
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