Me encanta el valor que tienen algunos para disfrazarse y salir a la calle sin ningún pudor. Aquí, una tímida profesional es incapaz. La última vez que me medio tuneé fue un Halloween hace ya unos añitos y parecía un travelo.
Pero que maravilloso era cuando nos disfrazábamos en el colegio. En el mío estaba totalmente prohibido comprar disfraces y cada uno se las tenía que apañar como pudiera. Me disfracé de zíngara, payaso, mago, vampira, india.
Los que más recuerdo fue uno en el que mi madre, que no es mucho de calentarse los cascos, como diría ella, (expresión de los 70, porque nuestra generación la tiene como muy olvidada) tubo la gran idea de coger una sábana, hacerle dos agujeros y... ¡alé, niña! Ya tienes disfraz. Pero el dilema vino con la bola típica que llevan los fantasmas. Como por aquel entonces las bolas de preso no las vendían en los supermercados de disfraces y productos de fiesta como ahora se le ocurrió la genial idea de pintar un globo. Pero algo falló en esa idea McGiveriana. A mitad de pintar el globo, apretó demasiado el pincel y éste explotó. Eso provocó no sólo el típico estruendo de estallido sinó que millones de partículas de pintura mojada fueron a parar a las cortinas blancas del comedor. La mayoría de proyectiles, al lavarla se quitaron pero estuvimos años y años con dos manchurrones que jamás se pudieron sacar de la pintura negra explosionada de la bola de plomo del maldito fantasmita, o sea yo.

No quiero parecer una yaya pero ahora las cosas son muy diferentes. Aunque no me voy a quejar mucho porque este fin de semana voy a una fiesta de máscaras. ¡Qué glamour!
¿Encontraré mi príncipe enmascarado? ¿Un zorro justiciero? ¿Un playboy con máscara de murciélago? Todo esto y mucho más, la semana que viene, en Normal?
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