Poco me duró la tranquilidad ya que al cabo de pocos minutos empecé a oír unos gemidos. No daba crédito. O sea, entran unos tios a robar y la vecina se pone a follar. ¡Olé tu! Admirada, me di la vuelta y me armé de paciencia hasta que, de golpe y porrazo, la colega emite un eructo gigantesco que se le escapa de la boca al siguiente gemido. Mis orejas se convirtieron en orejotas de elefante. ¿Acababa de oír lo que acababa de oír?
Los gemidos de esa mujer, después del eructazo, se convirtieron en toses. Toses asquerosas acompañadas de esputos. Entonces, fue cuando me di cuenta que venían del rellano. Y oí una voz de ultratumba que decía un "oigan...?"
Me cagué viva, me puse los tapones para los oídos, me tape con mi sábana superprotectora de malos rollos y rezando para que se hiciera de día cuanto antes, estuve el resto de la noche con pesadillas de cacos, intrusos, policías, locos. Todo una buena colección de malechores fueron los que pasaron por mi cama esa noche.
Al día siguiente, me temía lo peor. Creía que me encontraría a una mujer medio muerta en el rellano pero, por suerte, no fue así. Sólo encontré el suelo lleno de escupitajos de color rojo y una peste que tiraba patrás.
Aún ahora, no entiendo qué coño paso. Porqué y para qué entra una tía de la calle, sube hasta el tercer piso, aporrea una puerta con un martillo, se masturba, eructa, tose y esputa.
¡Cada vez creo que tengo la normalidad más a Cuenca!
Tia, vas a tener que volverte a mudar jajajaa
ResponderEliminar¡¡¡Noooooooo!!! ¡¡¡¡Otra vez, nooooooooo!!!!
ResponderEliminar