lunes, 17 de marzo de 2014

La calçotada

 La calçotada es una fiesta gastronómica típica de Cataluña; fue la población de Valls, en tierras tarragoninas donde empezaron con esta bonita tradición, en las últimas décadas se ha extendido y puede degustarse en casi cualquier parte de nuestra comunidad. Los calçots son una variedad de cebolletas que hechas a la brasa y untadas con una salsita estilo rumesco se disfrutan en familia o amigos durante el final del invierno y comienzos de la primavera. Está úlitma según dicte El corte inglés, que ya sabemos que para eso ellos son muy suyos.

Los calçots al igual que las barbacoas o parrilladas, como se les quiera llamar, pueden hacérselas uno mismo o ir a un restaurante, normalmente por nuestra región solemos ir a Masías. 

Hacérselo uno mismo es mucho más económico, por supuesto, aunque necesitas dos cosas imprescindibles para ello: un lugar adecuado donde hacerla y un cuñado. Los cuñados saben absolutamente de todo y de barbacoas con piñas crepitando todavía más. Pero como yo de eso no gasto, siempre acabo observando como el homo erectus se pelea por el orden, que por lo visto si afecta al producto, de cosas que se le pueden echar a la cosas esa para hacer fuego. Y pensar que antes lo hacían frotando un palito. Ahora que si pastillas, que si alcohol, hojas de pino, piñas, leña, carbón, papeles de periodico, que si las color salmón no que dejan gusto, ¡venga ya! Pero es que el debate no acaba ahí, que luego viene el orden de asado. ¿Y tu de que eres? ¿Primero de patata al caliu o de butifarra?

Bueno, pero no me quiero desviar del tema del calçot, otro día ya nos meteremos en materia sobre las barbacoas caseras que tiene mucha miga.

Comer calçots es una verdadera guarrada. Mirad si es tal marranada que en los restaurantes ya te dan un babero gigantesco muy poco glamuroso para que no te manches. Niños, mayores y abuelos con el babero puesto, unas risas. El problema es que para que la cosa esté buena tiene que estar no hecha a la brasa sino carbonizada a la brasa porque el juego consiste en pelar la cebolleta, quitar todo lo negro ya que sólo se come la parte blanda y diminuta del interior, mojarlo en la salsa y con la boca abierta como un cocodrilo, mirando al techo tienes que intentar meterte el calçot oscilante dentro de tu gaznate y comerte sólo la puntita. Y ya os digo yo que jamás de los jamases nadie a comido un calçot a la brasa con cuchillo y tenedor. Es que ni plantearlo si quiera. ¡Herejes, butiflers!

Normalmente, te los traen en una teja. Si, una teja de las que se ponen en el tejado, no me he equivocado de volcábulo, no. Envueltos en papel de periódico para conservar el calor. Aunque la última vez que estuve en una, como parecía la fábrica del calçot y el pixapins (nombre que se nos da a los urbanitas cuando salimos al campo, lo que vendría a ser un dominguero de toda la vida) ya directamente te los servían en bandejas de plástico, baberos de papel y basitos de plástico para las salsas.

Pero rara vez, uno va sólo a comer calçots porque ya que los haces a la brasa aprovechas y te haces una costillitas de cordero, unas butifarretas, patatitas al caliu y si consigues no reventar porque te has comido medio campo de cebolletas en salsa y carne para parar un tren de postres una crema catalana que también es muy nostrada y está muy buena.

Luego, después de una sobremesa probablemente larguísima y acabado con todos los licores del restaurante, que si no aquello no lo digieres ni San Patrás, te vuelves a casa con un olor a chotuno que no es para nada normal, la mar de feliz por haber pasado un día estupendo con tus amigos o tu familia.

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