viernes, 18 de julio de 2014

Volver a nacer sin darte cuenta

No es que quiera imitar a Gila con eso de cuando yo nací mi madre no estaba, para mi, el mejor gag que tenía este hombre. Sino que este post es para contaros lo que me pasó el otro día ya que es una cosa curiosa, de esas que creo que, a veces, sólo me pasa a mi. Era una tarde oscura, el viento soplaba, las hojas caían de los árboles... No venga, voy al grano que sino me decís que vaya rollos que pego. Era un día normal, como cualquier otro, iba yo muy tranquilamente por la calle porque tampoco soy muy de correr, en dirección a un cajero porque tenía que hacer unos recados y para variar iba sin un mísero euro en el billetero. A ver que día inventan otro sistema, que este es un engorro. Ir al cajero y poner gasolina son de las cosas más porculeras que hay en esta cotidiana vida.

No soy de llevar música, ya bastante empanadilla suelo ir como para ponerme en las orejas un catalizador potentísimo de fantasías y comidas de olla en general. Pues nada, que llegué a mi destino y como la máquina que estaba libre era la que se hallaba en el exterior allí que fuí a sacar los dineros que necesitaba. No sin mirar de reojillo por mi espalda, por si alguien fuera a robarme en pleno día, con una cámara delante y sonriendo.  

Como iba en la dirección de la que venía desanduve mis pasos. Al cabo de poco, dos o tres na más, fue cuando vi a gente arremolinada en círculo sobre la acera. Yo no entendía que estaba pasando pero esa aglotinación de personas me estaban impidiendo el paso y ya me estaban tocando mucho la moral, es lo que tiene ir con prisas, cualquier incidente puede ser la mecha del me cago en D y su Pi... Madre. Presté atención, agudicé el ojo y un señor, vecino de la zona, le explicaba a un transeúnte que acaba de caer una vidriera entera de un balcón a la calle.

¿Cómo puede ser que no me diera cuenta absolutamente de nada? El estruendo que debería meter la cristalera al impactar contra el suelo debería ser tremendo y yo como si nada, chino-chano con mis caborias. Es que por lo que vi, me fue de segundos que la ventana voladora me cayera encima. Adiós mundo cruel y yo sin enterarme. ¿Os imagináis? Era tan joven... Qué pena, eh... y todo porque se le cayó un ventanuco en toa la cabeza. Si es que no somos nadie... ¡Nadie, no! ¡Soy alguien con una suerte increíble! Que me fue de un pelo de tener una muerte de lo más ridícula. En un plis, me hubiera parecido a la protagonista de Maldito Karma, una novela de David Safier, que os recomiendo muy mucho si este verano os queréis jartar de reír.

Pero no es la primera vez que mis capacidades sensoriales se van a la luna de Valencia a pasar el rato. Una vez y creo que más de una y de hecho creo que ya os lo he contado pero ahora no lo recuerdo y os lo vuelvo a contar a cual batallita de vieja, iba yo a cruzar una calle cuando no me di cuenta que pasaba un autocar enorme, de esos con dos pisos y baño para trayectos de largo recorrido. Yo creo que me quedé con la nariz chata desde entonces.  Pues no oí ni vi a ese mamotreto acercarse hacia mi. La buena aventura y una amiga un pelín más avispada que yo, me salvó de quedarme como un tomate chafao en medio del arcén.

Y así andamos, con mil fobias y manías por el mundo y luego resulta que en cualquier momento... ¡Zascas! ¡Bye, bye pretty girl!

2 comentarios:

  1. Tienes razón, no somos nadie. Yo también he vuelto a nacer mil veces. Una vez, me ocurrió lo mismo que a ti con el autobús pero con el tren! En un paso a nivel...

    Besos!

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