martes, 28 de junio de 2016

Sabor a mi



... pero allá tal como aquí, en la boca llevarás, sabor a mí... Y así cantaban Los Panchos un bonico bolero del año de la catapum chimpún. Pero ahora es distinto, ahora los sabores son una auténtica engañufa. Entre que los tomates ya no saben a tomate y la química avanzada experimental, vamos apañados para recordar el sabor de las cosas. ¡Que pasarán más de mil años, muchos más y la boca tonta se nos quedará!

Imaginaros que fuera al revés, que jamás habéis probado una fresa en vuestra vida y os dan un chicle de color rosa y.. créete tú que eso sabe a un jugosito fresón. ¡Anda, anda! ¿Por qué le llamarán de fresa o de menta? ¡Si eso no sabe ni a una cosa ni a la otra! Eso seguro que viene de los americanos que como tienen un zapato en la boca no solo les afecta en el habla.

Que hay que ir con cuidado con la nomenclatura de las cosas... Que no es lo mismo un té de frutos rojos del bosque que un té de solo frutos del bosque con sus bellotas y su pinaza destilada en agua.

Y cuando no es al revés. Por ejemplo, a mi no me gusta nada el coco. Que al coco le pasa como a la horchata o te gusta mucho o no te gusta nada, no hay términos medios con estos dos. Aunque lo que si me gusta y mucho es el jabón o la colonia de coco. ¡Mmm... Si! Es olerla y transportarme a una playa paradisíaca, qué maravilla.

Luego están las cosas que les ponen sabores por poner. El otro día vi en el supermercado pasta dental para niños sabor chocolate. ¡No veo el momento de que inventen el colutorio sabor jamón ibérico para adultos!

Lo normal es que en verano los sabores se multipliquen, vas a tomarte un heladito al atardecer y hay tanta oferta que los ojos te hacen chiribitas. Tanta variedad, tanta inventiva del estilo helado de fabada o crema helada de potaje para que luego venga yo, la sosica de turno, y se lleve el clásico cucurucho mediano de chocolate. 

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