... pero allá tal como aquí, en la boca llevarás, sabor a mí... Y así cantaban
Los Panchos un bonico bolero del año de la catapum chimpún. Pero ahora es
distinto, ahora los sabores son una auténtica engañufa. Entre que los tomates
ya no saben a tomate y la química avanzada experimental, vamos apañados para
recordar el sabor de las cosas. ¡Que pasarán más de mil años, muchos más y la
boca tonta se nos quedará!
Imaginaros que fuera al revés, que jamás habéis probado una fresa en
vuestra vida y os dan un chicle de color rosa y.. créete tú que eso sabe a un
jugosito fresón. ¡Anda, anda! ¿Por qué le llamarán de fresa o de menta? ¡Si eso
no sabe ni a una cosa ni a la otra! Eso seguro que viene de los americanos que
como tienen un zapato en la boca no solo les afecta en el habla.
Que hay que ir con cuidado con la nomenclatura de las cosas... Que no es lo
mismo un té de frutos rojos del bosque que un té de solo frutos del bosque
con sus bellotas y su pinaza destilada en agua.
Y cuando no es al revés. Por ejemplo, a mi no me gusta nada el coco. Que al
coco le pasa como a la horchata o te gusta mucho o no te gusta nada, no hay
términos medios con estos dos. Aunque lo que si me gusta y mucho es el jabón o
la colonia de coco. ¡Mmm... Si! Es olerla y transportarme a una playa
paradisíaca, qué maravilla.
Luego están las cosas que les ponen sabores por poner. El otro día vi en el
supermercado pasta dental para niños sabor chocolate. ¡No veo el momento de que
inventen el colutorio sabor jamón ibérico para adultos!
Lo normal es que en verano los sabores se multipliquen, vas a tomarte un
heladito al atardecer y hay tanta oferta que los ojos te hacen chiribitas.
Tanta variedad, tanta inventiva del estilo helado de fabada o crema helada de
potaje para que luego venga yo, la sosica de turno, y se lleve el clásico
cucurucho mediano de chocolate.
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