No está en mi barrio pero tampoco está lejos. Cerquita de esos barcos de piedra que tanto me maravillan de la arquitectura de Barcelona. Lo que parece una rotonda llena de caos levantas la mirada y majestuosos están ellos amarrados a sus imponentes edificios y al final de esa avenida en la que deberían susurrar los violines está el parque donde tantas horas me paso leyendo y disfrutando como un gatete del sol apalancada en un banco.
El piso, un quinto sin ascensor, como no, ya que debo yo vivir en él es algo peculiar, desordenado diría yo. La ducha por aquí, el cagadero por allá. La antena de la televisión se encuentra en la entrada del domicilio. Tirando a viejuno y muy de mi estilo pero por el resto todo muy normal.
Os puedo contar el desastre de la mudanza y como mis piernas se convirtieron en mantequilla después de cinco horas de sube y baja mierdas. Os puedo contar que en lugar de un armario de ropa tengo lo que parece una obra cubista inacabada de algún escultor sueco. Pero también os puedo contar que está lleno de luz y aunque sea todo muy chiquitín es muy acogedor. Y lo más importante, ya tengo mi pequeño espacio para escribir como Dios manda y no en una mesa diminuta de terraza como venía haciendo hasta ahora. ¡Preparaos Premios Planeta!
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