Un día
de estos que hizo tanto calor en verano decidí aprovecharme del aire
acondicionado de las tiendas y de mi escasez en la decoración de mi casa para
ver qué podía encontrar por ahí para animarla un poco y quitarme el amargo
sabor de goteras, cucarachas, techos desconchados y varias cosas más que me
quitaron las ganas de decorar el cubículo en el que vivo.
Cerca
de mi casa, en la Diagonal, hay como un par de tramos que está lleno de casas
de decoración y en una de ellas vi un espejo que me encajaba bien en una de las
habitaciones. Pregunté el precio y como me pareció asequible decidí comprarlo.
Mientras el dependiente me lo iba envolviendo en papel craf, un señor que por
lo que me comentó acababa de cumplir los 51 años y no estaba muy conforme con
su edad pues se sentía más joven, me iba hablando del tiempo que sí que calor
hace que si bla, bli que si bla. Yo, para no ser mal educada iba practicando la
escucha activa con algún si, si, ya, ya pero en verdad me estaba fijando en
unas pulseras muy monas que tenía en el mostrador y estaba más por estas que lo
que me estaba diciendo el buen señor.
Finalmente,
le interrumpí y le pedí que me pusiera una de color rojo con florecitas blancas
que para el veranito me parecía muy mona y por dos euros que durara lo que
tuviera que durar. Cuando ya me hubo cobrado el espejo y la pulsera, le pedí al
hombre si podía ponérmela que yo sola no podía. A veces, dices la palabra sola
y ya te salen sapos hasta de las esquinas. Bueno, bueno, el hombre se deshizo
en halagos y que para mi edad estaba estupenda. “¡Si, si, créeme que por aquí
pasa cada cosa…!” El tío me estaba tirando la caña y yo sonriendo muerta de vergüenza
sin saber mucho qué decir hasta que se lanzó a la piscina y me invitó a cenar
esa misma noche. Incrédula por lo que me estaba pasando me hice la longuis y le
puse la mano en frente para que se centrase en lo que debía hacer. “Bueno,
bueno, es que con lo guapa que eres… ¡había que probar!”
Le di
las gracias con la esperanza de que me anudara rapidito la pulsera pero al girarme
el brazo vio mi tatuaje. Para los que no tengáis el gusto de conocerlo el 3 de
marzo del 2016 me hice un pequeño caramelo en la cara interna de la muñeca de color rojo con
motivo de Sant Medir, una festividad de mi barrio que a mí me encanta. Y, por
lo que pareció, al señor dependiente también le gustó porque enseguida me dijo
que era muy bonito y yo como soy boba de nacimiento le conté la historia de mi
caramelito. Bueno, pues fue nombrar el barrio de gracia y ya la tuvimos con los
tópicos del ruido de la modernidad y posmodernidad del barrio de antes y de
ahora. El turismo y los alquileres. Como veía que le seguía el juego, más
porque me estaba agarrando del brazo y no me soltaba ni a tiros que no por otra
cosa, siguió con su panfleto político obsoleto pues no paraba de insistir que
el barrio estaba lleno de casas vacías propiedad de CIU.
Cómo
debe estar el país para que lo normal hoy en día sea ligar con temas políticos,
que en poco tiempo dos ya me han intentado hacer la rosca con tema. Si
supieran… ¡animalicos míos! Y, claro, a mí que de pequeña me educaron que con
desconocidos no se habla ni de religión ni de política, pues ya me veis
aguantándome la lengua para no decirle a ese señor infórmese por Dios,
infórmese que está quedando usted como un auténtico gañán.
Bueno
pues no todo y con eso, cuando conseguí que me liberase para poder irme con mi
espejo bajo el brazo y mi pulsera ya atada a mi muñeca cuando iba ya a cruzar
por la puerta desde el mostrador, donde se había quedado él que estaba a media
tienda, empezó a gritarme que quedaba pendiente lo de la cena, que no me olvidara
de él. La tienda, sábado, llena de gente, todos mirándome y yo de color grana
avergonzadísima que tuve que salir de ahí cagando leches.
Cuando
la gente me dice que estoy sola porque quiero siempre pienso sí, claro y un
cojón pero no, no, tienen toda la razón.
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