Esta mañana he salido de
casa de mi madre, en el barrio de Gracia y, en al calle de al lado, he visto
que el bar donde de pequeña me tomaba el chocolate caliente, volvía estar
abierto. Estaba exactamente igual de cómo lo recordaba exceptuando que en la parte
posterior había un hombre sentado en un pequeño taburete ordeñando una cabra,
en una especie de establo lleno de paja y otros animales.
Entonces, venían mis
hermanos (que no tengo) y me preguntaban qué hacía. Nos poníamos a mirar el
resto de cabritas que tenía aquel hombre dispuestas a ser ordeñadas. Nos
hacíamos selfies con ellas y el señor nos indicaba que si queríamos podíamos
pasar a ver su casa.
La casa era como una
mansión pero, por una de las ventanas, ay, no, horror, la oscuridad se había
hecho y vimos cómo una docena de barcas con remos, tripuladas por una persona y
otro pasajero desnudo y atado, se acercaban a la orilla. En susurros uno de mis
hermanos me decía: "¡Mierda! Son traficantes de esclavos, tenemos que
salir de aquí."
Con disimulo nos
despedíamos de una señora que se suponía que era la mujer del cabrero y era
quién nos iba haciendo el tour por la casa, pasando una sala después de otra.
Pero en uno de los pasillos, una de las puertas que había en los laterales se
abrió sola. Mi otro hermano, el más curioso, empezó a ponerse nervioso. Mi
hermana lo vio y me dijo que ya la tendríamos liada con esa puerta porque él no
se podría resistir a entrar a ver qué habría. Efectivamente, nos giramos y él
ya no estaba.
La tensión entre el resto
de hermanos por perder a uno de los nuestros nos delató y, no sé por qué,
empezamos a correr hasta llegar a un inmenso jardín donde ya volvía a ser de
día. Allí nos esperaba mi padre Ben Stiller con una moto de motrocross a
todo gas para salvarnos. Nos unía a cada uno con un alambre, de esos que
sueltan las taser y en renglón, la mitad de hermanos a un lado de él y la otra
mitad al otro lado y, con su moto voladora, nos disponíamos a saltar la verja
del jardín para escapar. Hasta que... ¡Piiiiii!
¡Coño, el
despertador!
Sueños como estos vale la
pena recordarlos. Luego, la gente, cuando les digo que me levanto cansada me
dicen que no les extraña y que con ese ajetreo es la mar de normal y eso que os
lo he resumido para no hacerlo demasiado largo. Ahora el reto es analizar todo
este berenjenal. ¡Una ruina en psicólogos!
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